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¡¡¡ Los hombres que a mi me gustan no saben llorar!!!... La habitación estaba en una semipenumbra agradable y acogedora. En un tono suave, se escuchaba a través del equipo de música una melodía que envolvía toda la estancia. Y allí, en un confortable sillón de piel, con un café en las manos y una copa sobre la mesa auxiliar, Ángel, envuelto en un batín de seda y con zapatillas de piel de guante calzando sus pies, sobre una alfombra persa en tonos marrones, daba la imagen de un hombre situado en la cima de poder. Bastaba mirar alrededor para comprobar el buen gusto y el poder adquisitivo de quien vivía allí. No sobraba nada, se notaba que cada objeto había sido escogido justo para el lugar que ocupaba...
Nació y creció en el seno de una familia humilde en un barrio de trabajadores. En años difíciles, recién estrenada la democracia cuando se mezclaban los sentimientos de esperanza y un cierto temor a que todo quedara en un nuevo sueño de libertad, de la que tantos años estuvieron privadas nuestras familias de aquella época. Su padre, fue uno de los muchos que estuvieron encarcelados por su ideología política. Su madre, se vio obligada a sacar a sus hermanos mayores adelante sin ayuda. Con mucho esfuerzo, con muchas lágrimas y sobre todo con mucha soledad.
Ángel, aunque no vivió esos momentos , sí que de alguna manera fue influenciado por sus ideas. Su madre había quedado muy marcada por esos años de sufrimientos y aún, en el momento actual a pesar del tiempo transcurrido no había día en que Ángel, por distintas razones o circunstancias, no recordara la voz de su madre diciéndole: ¡ los hombres que a mi me gustan no saben llorar!
Aquella misma tarde, había vuelto a ocurrir. Recibió una llamada en la que se comunicaba que le había propuesto para un nuevo premio por su trayectoria profesional. Y ahí de nuevo recordó las palabras de su madre. Palabras que le ayudaron a sobreponerse a las dificultades y a poner toda la voluntad y todo el interés en no rendirse y seguir luchando hasta conseguir sus objetivos, sus sueños.
Aunque las palabras de su madre fueron su motor, su fuerza para seguir, ella, ignoraba cuantos días, cuantas noches se pasó llorando y cuantas veces estuvo a punto de rendirse, de abandonar. En la actualidad se alegraba de no haberlo hecho.

Esperanza Caamaño Vazquez
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1 comentarios:

On 21 de septiembre de 2010, 19:31 , José Luis dijo...

¡Sigue escribiendo!. Espero que este año podamos actualizar este blog.

José Luis