•13:13
Algunos lloran. Otros ni siquiera lo intentan. Están desfallecidos, sin fuerzas. !Están muertos! Sólo les une a la vida un finísimo hilo de oxígeno que con mucha dificultad le roban al aire.

Me acerqué y les fui acariciando uno a uno, los que lloraban, se callaban momentáneamente para volver a llorar de nuevo con maś fuerza, como de inmediato. Los otros solo hacían un leve gesto al percibir la caricia sobre su piel. Ya me había acercado a casi todos, cuando los ojos de un niño de unos tres años me atrajeron con la fuerza del imán. Me acerqué, no se inmutó, pero sus ojos seguian fijos en mí.

Cuando regresamos a la casa que habían habilitado para nosotros, yo seguia con aquella mirada en mí. Éramos un grupo, que fuimos invitados por una ONG, para que comprobáramos de cerca en que medio trabajaban y con que recursos. Habiamos terminado la carrera de medicina y nos pareció que esta experiencia nos aportaria mucho, yo nunca me imaginé, cuanto.

A la mañana siguiente me levanté cansada, no había dormido bién, aquellos ojos, aquellos preciosos ojos estaban clavados en lo más profundo de mí Me tomé algo ligero para desayunar y me dirigí al hospital de campaña, en el que había estado el día anterior. Me acerqué de nuevo a los niños y allí estaba. Le sonreí y me pareció ver en sus ojos, en su mirada, además de una llamada de auxilio, una luz de esperanza.

No regresé a casa. Ya llevo diez años trabajando aquí con estos niños.

Esperanza Caamaño Vazquez
|
This entry was posted on 13:13 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.

0 comentarios: