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Infelicidad


Y nunca le recordaba lo que no se debía contar, hasta que llegó ese día tan ansiado para ella. Rogó a sus hijos que la dejaran a solas con él. Se sentó a su lado y le contó todo lo que no se debía contar. Poco a poco iba sintiendo que su corazón volvía a latir de nuevo, que su sonrisa se hacía más ancha, que sus ojos ya no se nublaban y que sus piernas, al levantarse de la silla para marcharse, no le temblaban. Salió del tanatorio y una brisa fresca le bañó la cara y por primera vez, en mucho tiempo, se sintió libre.






Lola Sepúlveda
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