Silencios
El
silencio era desde hace tiempo nuestra conversación más frecuente,
deseaba recuperar la juventud, olvidar mi vida presente y eso no era
posible. Pasados los años me arrepentí de no haberlo hecho. Siempre
quise, y mis silencios lo pregonaban, hablarte de lo que ocurrió,
pero nunca me atreví era demasiado fuerte para confesarlo.
Quizás
tú lo adivinabas y tampoco te atrevías a plantearlo, pero, era
necesaria la transparencia dentro de mí, el lugar por el cual,
abordan todos los estados de consciencia. Nunca te hablaba de ello,
no quería perderte, te amaba demasiado. En la soledad de la noche me
repetía una y otra vez, cómo confiar y así llegaba el amanecer en
un mar de dudas.
El
silencio a pesar de todo, no era un silencio aplastante, era un
silencio cómodo, un diálogo sin palabras, que une o separa.
María
arregló una vez más el florero, limpió el mármol y con los dedos
acarició la fría foto de su amado fijada a la lápida. Con voz
apagada y llena de amor le dijo que tenía que marchar, era su
hora...
Relato colectivo
|
La
lista
“Cuánta
fuerza y qué poca puntería...” resonaba
una y otra vez de forma martilleante en la cabeza de Cástulo.
Daba
vueltas y más vueltas por la habitación, siempre con el mismo
pensamiento: “No quiero, no quiero...pero tengo que hacerlo”
No
se mofarían más nunca de su puntería.
Ya
sabía quién era el que iba a caer primero, lo tenía claro, siempre
lo había tenido.
Luego
caería el segundo. A ese se la tenía jurada desde el día que lo
conoció y le sonrió con sarcasmo.
Y
después el siguiente, y el otro... así hasta terminar la larga
lista que tenía ahí, ahí, muy dentro de su cabeza.
En
ese momento no oyó cómo a su espalda alguien abría la puerta con
mucho sigilo y le decía muy bajito:
“Toma
Cástulo, tu medicación, que hoy estás especialmente nervioso”.
Rosario
Benjumea
|
A la sazón
Mi cuerpo se pasea por la Sala de los Reyes llena de yelmos y espadas
y dos cruces góticas, una sobre la escribanía y la otra presidiendo
un trono sobre el lienzo tras de mí. Las paredes son portadoras de
logros y conquistas. El aire recio de la estancia, empapado en
esencia de bergamota y laurel, infunde sobre la corte la sabiduría o
necedad de los mandatos y el suelo que pisan, insensibilizado por
trazos de sangre vertida y divinidad alcanzada, les sostiene de
rodillas y cabeza baja.
Cuatro vidrieras iridiscentes trasfunden
rayos de luz tamizada que forman pequeños arcoíris entre ellos y su
monarca, como barrera infranqueable entre lo divino y lo mundano. No
falta en mi presencia el ministril melifluo para cubrir las
vergüenzas del trovador e inundar los sentidos, con las notas que
tañe de su viola buena y bien templada que acompaña recitando
gestas, equilibrando la dureza y la benevolencia del legado para goce
y menosprecio del consejo de ancianos.
“Pero yo os castigaré con
su lengua romance”. Y, desde la bóveda, los cuatro jinetes que se
proyectan: Critica, Desamparo, Pobreza y Soledad repican sobre mi
corona lo que Dante me habló “pesado es vuestro yugo”.
Juan Carlos Canto
|