•9:21
Recuerdo
y me gusta el olor de la higuera, me trae aromas de mi infancia,
cuando pasaba el verano en un bonito pueblo Conil, sin tanto turismo como
ahora. A la vuelta de la playa, subíamos una cuesta muy
empinada, era una calle muy bonita y había una o dos higueras, en
cada blanca casita, con sus grandes hojas y su buena sombra.
Sentarse
debajo de una era un placer ¡que fresquito! Y ahora, al cabo de casi
cincuenta años, experimento lo mismo que cuando era niña.
Vuelvo
de la playa de La Caleta y para esperar el bus, me siento debajo de
los ficus del Mora, también son higueras, aunque distintas, me pongo
a respirar profundamente, relajadamente, que olor más grato y que
dulce recuerdo, fue el primer árbol que vieron los recién nacidos
ojos de mi niña.
Destaco
también los olores de la plaza de España donde vivo y me crié, el
césped recién cortado, el del laurel de indias, la dama de noche o
galán, como le llaman en Sudamericana, las rosas, geranios,
margaritas y aunque no olían, también recuerdo la flor del trébol,
que los niños llamábamos vinagreras, tenían un sabor muy parecido
al vinagre. Y volviendo a mi higuera, Buda se sentaba (según las
escrituras) debajo de una para meditar, algo tiene que tener de
especial, al menos para mí.
Charo
Moya
0 comentarios: