•13:16

Hoy por fin he podido ponerme a escribir esta carta. No sabes lo que me ha costado, recordarás que siempre fui cortita en aprender algo y mucho más en asimilar lo aprendido, pero aquí estoy frente al teclado del ordenador y escribiendo esto. Creerás que soy tonta, pero me ha dado por llorar cuando me di cuenta que era capaz de hacerlo sola, y no como tú siempre me decías, que para hacer algo, necesitaba de alguien que me guiara o me empujara.

Lo primero que he pensado cuando me senté al ordenador es ¿Qué diría mi padre si levantara la cabeza y me viera ante este artilugio? Él, que siempre dijo que la escritura era cosa de chicos. “¿Para qué quieres tú ir al colegio? Lo que tienes que hacer es aprender a cocinar, lavar y ser una mujer de tu casa. Así, algún día, un buen hombre se hará cargo de ti y ya no necesitaras nada más.”

Que envidia sentía cuando veía a mis dos hermanos salir de casa para ir al colegio. Y yo no, claro, yo tenía que ayudar a mi madre, con las tareas de la casa y con el cuidado de mi hermana pequeña. Ella si que pudo estudiar, ella llegó en un momento en el que algunas cosas ya cambiaban. Pero yo era ya mayor para ir al colegio, yo era la que llevaba media casa adelante.

Tanto sacrificio y tantas penas tuvieron su recompensa. Llegaste tú y como predijo mi padre, te hiciste cargo de mí. Ya no necesité nada más en esta vida. Me diste una casa, unos hijos a los que cuidar y todo lo que yo podía necesitar. ¿Qué sabrías tú lo que yo necesitaba?

Yo necesitaba tantas cosas insignificantes que apenas tuve nunca valor de pedirlas. Necesitaba saber leer, necesitaba poder escribir. Tenía anhelos de descubrir cosas, de investigar por mí el por qué de esas cosas. Cuanto me hubiera gustado haber podido viajar, ir a sitios a los que yo quisiera ir. No, no me refiero a esos viajes a los que tú “me llevabas”. Me sonrío ahora recordando aquellas frases tuyas, tan ingeniosas y dichas con todo el orgullo de un gallo de corral: “Ayer llevé a mi mujer a la sierra”; “Te voy a llevar a cenar esta noche”; “El domingo te sacaré de paseo”.

Yo a cambio, pocas cosas te pude dar. Tres hijos, una casa siempre limpia, comida caliente en la mesa cuando venías de trabajar o de estar con tus amigos, calor en la frías noches, desahogo de tu natural hombría. Pequeñeces en comparación con la vida que me diste.

Luego los niños crecieron y se fueron marchando, y nos quedamos los dos solos. Tú y yo. Yo aquí, en estas cuatro paredes, con mi gran compañera, aquella televisión que tanta cultura me dio. Y tú, con tus obligaciones diarias. Tus salidas, tus reuniones de amigos y de vez en cuando, tu obligación de sacarme a algún sitio. Que felices éramos.

Ahora te hecho mucho de menos. Desde que me dejaste, no ha habido un día en el que no me haya acordado de ti. Los primeros meses te recordaba en cada cosa que hacía y que relacionaba contigo. Todo lo que habíamos compartido, me sabía a ti. Y sin embargo, mira si soy tonta, solo cuatro años han pasado, y ya no recuerdo nada de nada. Por más que lo intento, no consigo recordar que cosas hemos compartido ambos. Pero incluso así, sigo acordándome de ti todos los días de mi vida.

Lo primero que hice tras reponerme de la pena por tu pérdida, fue inscribirme en un curso para aprender a leer. Y me dolió mucho por ti, porque me hubiera gustado que aun siguieras aquí para ver, que en el fondo, estabas un poco equivocado. En un año aprendí a leer y escribir, con la de veces que tu me quitaste de la cabeza esa idea diciéndome “¿pero qué vas a estudiar tú?, si no tienes inteligencia ni para contar con los dedos”.

Lo que te habrías sorprendido al verme escribir esta carta. Me sonrío solo al imaginar la cara que pondrías.

¿Y qué me dices del hecho de, no solo escribir esta carta, sino de hacerlo además con ordenador? Pues sí, al siguiente año me metí en un curso de informática. Eso me costó algo más de tiempo, pero en dos años ya sabía lo suficiente como para regalarme yo misma un ordenador y empezar a hacer solita mis primeros pinitos. Hasta los niños, que creo que son de tu misma opinión, se sorprenden cuando vienen a visitarme y me encuentran aquí sentada.

¿Y sabes lo más grande? Pues que este año he empezado inglés. Yo, que como recordarás, según tú, no sabía hablar bien ni el español. Si ahora me vieras ya no te incomodaría que hablara delante de tus amigos. No te avergonzarías de llevarme a las reuniones en las que ellos, sí llevaban a sus mujeres. Como estoy cambiando. Lo malo es que ya no estás aquí para verlo. ¿O será lo bueno? La verdad, no lo sé.

Ahora comprendo por qué siempre me ocultaste este mundo. Por qué me salvaguardaste de todas estas sensaciones. Lo hiciste, seguro, por mi bien. Porque si en algún momento hubiera conocido que existía otra vida mejor, habría sido tremendamente desgraciada. Habría maldecido mi suerte por haberme dado la vida que me había dado. Pero no, la acepté como lo mejor que me podía suceder,porque nunca supe que paralelamente había sendas de libertad, caminos que conducían a alguna parte y no como ese carril por el que me llevabas y que acababa en la nada.

Te doy las gracias por haber reservado para este momento el descubrimiento de una verdadera vida. Ahora que, aunque algunos piensen que ya soy demasiado mayor para cambios, lo que soy es demasiado libre para que alguien ose intentar arrebatármelos.

Me levanto cada mañana agradeciéndole a esta vida el haberme guardado lo mejor para el final. Por haberme enseñado esta faceta como el que enseña en última instancia la mejor habitación de su casa. Ya que si hubiese sido al revés, si hubiera disfrutado por algún tiempo de estas delicatessen de la vida y luego las hubiese perdido por cualquier motivo, no me habrían quedado fuerzas para seguir viviendo.

Ahora tengo amigas y amigos, salgo de paseo con ellos, viajo, disfruto de paisajes y lugares desconocidos para mí. Estoy cultivándome en cuantos campos me place, me regocijo con la pintura, la música, el arte en general. En definitiva, ahora, en la última etapa de mi vida, me estoy convirtiendo en mujer.

Cuanto equivocados estabais mi padre y tú en lo que es ser una mujer. Que pena no disponer de otra vida más, para enseñaros lo que significa esa palabra.

Porque en esta vida, aunque estuvieseis presentes, yo no tendría tiempo de educaros, ahora el tiempo que me queda solo es para mí.

Por eso he titulado este escrito como “Una Carta de Amor”, pero no pienses que va dirigida a ti, aunque sea en tu persona en la que me baso para hacerlo. No. Esta carta de amor la he escrito con una única intención, dedicársela a mi persona. Porque lo creas o no, el mayor amor que siento en estos momentos es hacia mí. Demasiado amor he derramado durante toda mi vida hacia otros, para que ahora no aproveche el que me queda en quererme infinitamente más de lo que me han querido y de lo que yo misma me quise.

Tuya, con todo el afecto del mundo, no la que fue tu mujer, sino una mujer.

1º premio relato Concurso Literario "Viento de Levante".

Francisco Javier Dávila Payán

•13:37

Cuando las alas del alma

tenga abatidas, truncadas
y no me dejen volar.
Cuando al corazón la pena
no le deje palpitar,
entonces querida amiga
tu mano quiero encontrar,
y la cogeré con fuerza
no la querré, yo, soltar
pues seguro que así, juntas
yo volveré a remontar.
Pues la amistad me consuela,
me da fuerzas, me sostiene
y cuando me necesites,
aquí estoy, aquí me tienes.

Meli
•13:04



Me levanté muy temprano. Me sentía distinta, igual que cuando llega la primavera que te despojas de la ropa porque hace mucho calor. Me dispuse a salir. Cogí el bolso, las llaves y un poco de dinero. Me fui a la estación y saqué un billete. El señor de la ventanilla me preguntó:

-¿Señora, dónde va?

-Donde me lleve el tren.

-La vía número 3 es la que debe coger.

Subí al tren. Me puse cómoda. Tenía las cosas muy claras en ese momento. No me acordaba de nada, ni de niños, ni de casa, ni de comida, ni de marido. Era un día para mí.

En el tren veía como dejaba atrás tanto cemento, tantos edificios altos y pequeños, y bastante ruido. Eso no era lo mío, me gusta la tranquilidad. Por la ventanilla vi la forestación; árboles, palmeras, flores variadas. En esos momentos me sentí bien. Necesitaba esa escapada. Necesitaba un día sólo para mí.


Milagros Millo



•13:21



Hablar de amistad es un tema tan fácil pero a la vez tan complicado, que enfrentarse a ello me supone un gran esfuerzo, porque no sé que podría aportar de nuevo.


Quizás podría enfocarlo sobre la juventud en este nuevo siglo y como ellos están llevando a cabo este tipo de relaciones, mediante este mundo tan interactivo como es internet, intuyo que estén sustituyendo la calidad por la cantidad.

¿Cuánto de verdad hay en este tipo de relaciones? Sabemos que a través de un monitor no podemos conocer totalmente a las personas con quien conversamos, las personas tienden a disfrazar sus sentimientos, las palabras no solo son suficientes, se necesita compartir algo más.

¿Qué nivel de soledad debe existir para que se comuniquen de esta forma tan fría y distante?
Se dan muchas justificaciones, falta de tiempo, problemas de acercamiento, prejuicios, en definitiva miedo a descubrirse.

Hoy día sus relaciones van perdiendo naturalidad, el trato con los demás se vuelve incompleto se ponen muy a menudo barreras para encontrase con el otro, e incluso con ellos mismos, han perdido transparencia y es preciso que la recuperen.

Y ¿Dónde dejamos las muestras afectivas como los abrazos? Necesitamos de una sonrisa, de un gesto cariñoso, que no es capaz de ser sustituidos por dulces palabras, son necesarios para sobrevivir, para hacer sentirnos bien, somos seres incompletos que necesitamos de los demás, de todo su cariño y afecto.

Inés Marquez