•9:54



Incertidumbre


Para Matilde era un día especial, la habían llamado de la clínica, el doctor quería hablar con ella sobre la mamografía que le hicieron la semana anterior.
Dejó a sus dos hijos en el colegio y sin decirle nada a su marido se dirigió hacia allí, en su cabeza bullían miles de pensamientos, cogió el autobús pues ya se le hacía tarde, llegó a la consulta y la enfermera le dijo que enseguida le atendería el doctor.
Se sentó, sentía calor, se quitó el pañuelo del cuello y empezó a darle vueltas entre sus manos, sentía como le temblaban las piernas y un sudor frío le corría por la espalda. Se puso de pie y empezó a caminar de un extremo al otro de la sala, miró por la ventana sin ver lo que ocurría en el exterior, sentía la boca y la garganta seca, le costaba trabajo respirar.
Ahora se arrepentía de no habérselo comentado a Andrés, su marido.

                                                                          

 


Carmen Gallardo
•9:44


 Bajo el cielo estrellado


"En qué momento de la educación de su niña habían empezado a equivocarse".

Lucía era una niña feliz, sonriente y noble. Luis la denominaba "Lucía sí Señor" ya que ella nunca oponía resistencia a las propuestas de papá y de Cecília la mamá.
La hermana pequeña, Bárbara, siempre protagonista, completaba la unidad de esa familia parlanchina.
Lucía siempre serena, escuchando, con la mirada baja, esperando su turno de audiencia, se refugiaba en su cuarto devorando todos los libros que encontraba, inventándose su peculiar mundo.
A ese mundo acude un encantador de serpientes que en su alfombra mágica la transporta a un universo feliz.
Es noche cerrada, Luis y Cecilia, descansando en el porche bajo el manto estrellado, se preguntan en qué se han equivocado.


                                                                                 


Amalia Mendoza


•9:55

Huida

Se despierta agitada, cansada. Lleva meses en que muchas noches se repite el mismo sueño.
Dos mujeres jadeantes, asustadas, corren por un interminable pasillo a media luz lleno de puertas; aunque no hay nadie más se sienten perseguidas y avanzan como si lo estuvieran, hasta la puerta más grande y más lejana, pensando que esa elección es la mejor.
Al abrir de un empujón la puerta, la visión les desconcierta, un espacio abierto, despejado lleno de gente rodeado por una alambrada, respiran profundamente el aire frio hasta recuperar fuerzas y siguen avanzando unidas, entre la multitud; tienen que salir de allí.
Al llegar a la alambrada se ayudan mutuamente apartando los espinos. No consiguen abrir hueco suficiente y la atraviesan arañándose y dejando girones de sus vestidos. A lo lejos divisan casas altas, cuadradas, modernas, con grandes cristales y deciden ir hacia allí. En el camino al mirarse se dan cuenta que tienen sus cabellos al aire, se han quedado en la alambrada sus pañuelos; se sienten como desnudas, pero no vuelven atrás.
Exhaustas abren la puerta del primer edificio que alcanzan. No sabían que iban a encontrar, pero se ven en un gran gimnasio lleno de gente alta, delgada, rubia, que se vuelven a mirarlas y mantienen fijas en ellas sus miradas.
Se ve reflejada en un espejo y no se reconoce, esperaba una joven casi adolescente y encuentra una mujer, mira su mano que aprieta la de su compañera y solo encuentra una mano, una mano sin cuerpo. Siente la angustia de haberla perdido y no saber dónde.
No creo que pueda olvidar nunca la huida de mi país, pero espero que algún día desaparezca este obsesivo sueño.


                                                                          
Margarita de Prado


•9:45


 
Amor matemático

El cateto Manuel sale de su pueblo para dirigirse a la capital y al mirar por el escaparate de una librería se sorprende al ver a la hipotenusa Juliana.
Ella responde a su idealizado tipo de mujer: es muy bella y tiene unas redondeadas curvas divergentes en su cuerpo que llegan a encontrarse en un punto común.
En realidad, ha venido deliberadamente a buscarla porque ellos son primos entre sí, a la vez que divergentes.
Pese a vivir como dos líneas paralelas, surge el amor entre ellos; los casa Pitágoras y comienzan una algebrista vida en común.El máximo común divisor visitó su casa y tuvieron cuatro hijos:escaleno, equilátero, agudo y recto.
Más tarde,el radio formó con ellos un triángulo amoroso con una incógnita que no llega a cuadrar, dando lugar al divorcio que condena a Manuel y Juliana a vivir la soledad del infinito.


                                                                           
Amalia Mendoza

•9:33


 ¿Gustos?


No me gusta lo ingrato, lo inseguro ni lo que genera violencia.

No me gusta ver el vaso medio vacío, ni la gente que ve el mundo de color negro derramando solo energía negativa.

No me gusta que hagas lo mismo todos los días y no me gusta que me ignores pues me hace sentirme mal.

Me gusta moldear mis pisadas sobre la arena y que queden grabadas sobre la orilla del mar.

Me gusta el agradable vuelo de una cigüeña en un cielo azul.

Me gusta el andar gracioso y torpe de un niño pequeño jugando en el parque.

Me gusta el entrañable gesto de un anciano al mirarte. Sus ojos ya agotados te transmiten plenitud.

Me gusta el amor sincero que fluye entre nosotros dos.

Me gusta la gente positiva y por eso, por lo auténtico que eres, me gustas tù.


                                                                                

Carmen Hidalgo
•9:20


Me gustaría ser…



Me gustaría ser un espejo para que todos me miraran. Tienen esa habilidad, nadie es capaz de pasar sin echarles una ojeada, aunque sea de reojo. Sería divertido estar en diversidad de lugares y ambientes, ya sea reflejando rostros, decorando o ampliando espacios, o hasta gastando bromas confundiendo a la gente.
Pero lo que me encantaría es ser espejo de ascensor. Sonreiría por la mañana al ver a los que van a trabajar siempre deprisa porque llegan tarde, ellos poniéndose la corbata o abrochándose el cinturón, ellas pintándose los ojos o la boca. Más temprano, al amanecer, entraría el panadero, que echaría las migas que deja en el suelo por el hueco del ascensor, y saldría el querido de la señora del quinto que ese sí que va siempre vistiéndose y con los ojos hinchados de sueño. Aunque algunos días yo sufriría viendo que se retrasaba, y que el marido estaba a punto de llegar también con los ojos hinchados de sueño pero desnudándose para meterse en la cama. Después vería a los niños que salen al colegio, el del noveno pintarraqueando la pared o escupiéndome insolentemente. Sobre las doce la chica del primero vendría cargada de la compra y se metería cinco euros en el escote, correspondientes a la sisa del día. Los días de viento el surfista del cuarto volvería de la playa todo mojado, y me apoyaría la tabla chorreando, ¡qué frío!. ¿Y qué decir de los novios del segundo? Ella me miraría con cara de gusto mientras el la estrujara y manoseara. Los viejos del tercero me causarían ternura, siempre dándose voces para oirse y peleándose por tonterías.
Confieso que algunas veces me gustaría no ser testigo de algunas cosas y en ese caso, como no, podría cerrar los ojos, desearía que se fundieran las luces que son en realidad mi razón de ser.

Y después de contaros esto, me pregunto: ¿qué necesidad tengo yo de ser espejo de ascensor si sé todo lo que pasa en él? Creo que me he equivocado. La próxima vez os diré que me gustaría ser espejo, pero más pequeñito, de bolso de señora. ¡Qué de secretos por descubrir!

                                                                                 



                                                                     



Mercedes Rodríguez de Zuloaga