•13:26


El tiempo que pasa
 
Atormentada por su pasado, Verónica, miraba a través de la ventana como caía la lluvia y se deslizaban las gotas por los cristales. Se calentaba en el brasero constantemente por el temblor que sentía en su cuerpo. Llegaba ya el atardecer y en un momento tranquilo, apareció sigiloso su marido y con agrado le comentó: "deberías airearte un poco" el estar encerrada todo el día dándole vueltas a la cabeza, sòlo te hace daño. Aquello ya pasó y ahora tienes que mirar hacia adelante, tú no tuviste la culpa.


                                                        


                                                        Mª José Urbano
•13:35


COMO UN POTRO DESBOCADO


Y la ponente les pidió que cada uno escribiera un relato¡Qué fácil propuesta!... Así, de golpe y porrazo…, “¡y sin anestesia!”…, como si escribir en ese momento fuera tan fácil… Le temblaba el pulso, el corazón galopaba en su pecho como un potro desbocado, la emoción la embargaba de pies a cabeza y no podía pensar con claridad, sólo sentir…; sentir un cúmulo de sensaciones que la desbordaban grata y salvajemente porque, dentro de esas cuatro paredes que la rodeaban, estaba acompañada por seres con sus mismas inquietudes y en el aire flotaba una promesa de felicidad: la clase de Creación Literaria acababa de comenzar… 



Mariló Lozano 


•13:33


ENTRE SONRISAS



Como un bigote a lo antiguo, asió un mechón de la larga y abundante cabellera de su hija pequeña y, frente al espejo, se lo colocó encima del suyo –fino y pulcramente recortado-; luego, recomponiéndolo, lo puso sobre su frente en actitud jocosa intentando tapar la calvicie. 

“¡Qué feo estás, papá!”, dijo la mayor asomándose tras ellos. Apoyada en la puerta, su tercera hija sonreía, divertida, mientras contemplaba la escena que se repetiría a lo largo de sus vidas; esa y tantas otras… Él era así, y sus hijas le adoraban.


                                                                              


Mariló Lozano

•13:10


LA ROSA DE MI JARDÍN


"Los hombres que a mí me gustan no saben llorar" pero a veces te supera la realidad, pensaba Mercedes aquella tarde de abril, mientras regaba sus claveles rojos que destacaban brillantes sobre la pared encalada, un tanto desconchada de su patio. 
 
Como un clavel rosa envuelta en la toquilla blanca de hilo que había tejido su madre, enseñaba a su primogénita a todos los vecinos, aquél hombretón de pelo en el pecho y enjuta barba. Acostumbrado a mandar y a ser obedecido, su marido, se enternecía como un niño hacia ese trocito de carne, sangre de su sangre. Cuando Rosarillo abrió los ojos por primera vez en medio de una turbia neblina, una lágrima le rodó, sin aviso, sin permiso, furtivamente por la mejilla.
      
                                                                   



Carmen Elïas Baturone