•13:52

Rasgando el alma

Andaba con las emociones extenuadas, después de un largo camino en el que ya no disfrutaba del aire entre nosotros.En cada deseo por restablecer el día a día, en cada carencia expresada, en cada propuesta para un acercamiento traté de golpear el frío muro en el que él se hallaba con respecto a mí.Y yo… me sentía tal mariposa en busca de néctar, aleteando con torpeza entre gélidas paredes de acero.Volé alrededor del nido procurando armonía, pero mis alas se quebraron desatendidas.

Y es que no puedo recordar en qué momento se disipó el cariño en nuestras vidas, ni adonde fueron las caricias entre tanto quehacer diario y tantos desencuentros

Fue así… como el tiempo se encargó de preguntarme por esa estela de ilusión que siempre me había acompañado, y ahí… fue consciente de haberla perdido en el camino, desvanecida entre el manto gris de los enojos que aprisionaron mi innata alegría.

Por todo ello cerré el paso a los temores, a la lucha en vano, a la tan rehusada resignación y a la comodidad que se suele instalar entre las costumbres, cortando el fuerte y largo vínculo que nos unió.He vuelto a encontrar mi centro, renaciendo fortalecida, redescubriendo con estupor las peligrosas concesiones de la vida en pareja.Fuerte, aunque a veces flor de un día, al percibir las consecuencias de la ruptura, en el inocente ser que se haya entre nosotros. Ahí mi alma se pierde, y a ella la envuelvo con ese imponente amor que brota de micorazón, siendo éste sin pretenderlo, el que me devuelve de nuevo a ser roble.

La honestidad con la que trato mis sentimientos me habla del valor que procuro mantener hacia la vida, sin dejarme llevar por los latidos con inercia, en los que se fuga la grandeza de nuestros días.Atrás quedó un gran amor, el dolor por su dolor, la absurda lucha en vano, su despecho por sentirse aun amando.

Atrás, espero, que haya quedado la muestra de cómo siente una mujer cuando es humillada por un hombre.También atrás (¡bendito paso del tiempo!), ese verano donde mecí mi fragilidad envuelta en el tsunami de la ruptura, donde no encontré los jazmines en la orilla del mar, donde la blanca brisa se perdía en mi oscuro y contraído respirar

Busqué mis flores en la mente, busqué lirios… pero la sal en mi alma enturbiaba todo síntoma de paz.

¡Viento, arráncame la ropa!

¡Tírala, viento, a la mar!”.

El tiempo, el tiempo que compartimos libremente porque así lo deseábamos, sigue siendo libre ahora… ahora, ¡cuando yo decido que es otro tiempo ya!

                                                                           

                                                                                                                       Pilar Ricoy

•13:35


TESTIGOS DE UNA INFANCIA

"La ciudad es como una casa grande". El pueblo como una gran familia. Mi infancia tuvo un pueblo y mi pueblo una plaza.
Aún escondo en la memoria una llave para rescatar mis nostalgias. Son varias, pero me tienta un balcón. Un balcón pequeño que se hacía grande y fuerte para cobijarme en las tardes de verano cargadas de olor a jazmín y a hierbabuena, con ese encantador e inocente privilegio que te brinda la infancia para asomarte a través de su barandilla y descubrir un mundo soñado a tu antojo. Para mí era el refugio de mayor distracción de la casa.
A las cuatro de la tarde la plaza hacía la siesta y se paralizaba durante una hora. Yo me cobijaba en el balcón y apretaba fuerte los ojos mientras el sol se desplomaba lento y grave calentando mi espera. El tañido de las cinco campanadas de la iglesia despertaban mis oídos y el aroma de las finas rebanadas de pan tostado, regadas con chocolate derretido, me otorgaban vía libre para bajar de dos en dos los peldaños de las escaleras hasta alcanzar la cocina, disputar con mi hermano pequeño la mejor rebanada y sentarnos en el escalón de la puerta de la casa deleitándonos con los restos del chocolate que se escapaban entre los dedos, mientras una fresca brisa marinera con sabor a sal impregnaba nuestras felices y cómo no, churretosas caras. 
 
Me hechizaba la plaza cuando despertaba perezosa de la siesta, abrazada por una arboleda perdida entre las esquinas, arriates de colores y casitas blancas de puertas abiertas, de las que asomaban madres sacando sillas al fresco abuelos aprovechando sus últimos rayos de vida, novios a pasear dichosos cogidos del brazo, compartiendo el sueño de un futuro juntos, a las beatas con rosario y velo de encaje negro cuchicheando camino de los oficios y por último, a una algarabía de chiquillos dispuesta a invadir todo el espacio posible con sus risas, juegos, canciones populares heredadas, formando un corro de pequeñas manos unidas, dando vueltas y más vueltas: 
 
"Ay qué tarambana, ay qué tarambán,
de la vera tarambín,
de la vera tarambán", 
 
sudando felicidad y absorbiendo cada minuto de la vida como si no existiera un mañana. Testigo mudo de los momentos más importantes de mi niñez y aunque tristes algunos, la esencia de la plaza quedará custodiada para siempre bajo esa llave que permanece anclada en mi memoria.

                                                                                

Lola Sepúlveda
•13:46


 Don José

Tras el último beso frío y sin respuesta, comprendí que se había ido; lo veía, él seguía allí, incluso parecía inmerso en un profundo sueño, pero la verdad se imponía; ya no estaba. Era él, D. José, sin embargo había perdido la expresividad de aquellos ojillos que me acogían con gusto cada vez que me veía y aquella sonrisa de felicidad verdadera. Sorprendía aquella quietud tan impropia de su persona. Efectivamente, con el pesar de la separación física impuesta, reconocí a la persona cercana a la que me unía un vinculo desde el nacimiento y que tantas veces repetía con júbilo a amigos y extraños: - “La vi nacer, fui el primero en tenerla en mis brazos. ¡Qué carita más bonita!” – decía y nos sorprendíamos del caprichoso destino que inesperadamente nos unió al “colarme” de lleno a formar parte de su extensa familia.
Percibí que había cruzado el umbral de la esperanza, esa puerta abierta que lo conduciría por otros derroteros hacia una dimensión distinta a la que aquí conocemos. Tragándome las lágrimas con dolor y melancolía empecé a sentir la sombra de su ausencia, mientras mi mente se llenaba de imágenes de tantas y tantas circunstancias y anécdotas vividas a lo largo de muchos años que me hicieron sospechar que mi memoria lo mantendría vivo.
- ¡Venga ese abrazo!- ¡Bienvenida!- Decía entusiasmado cada vez que iba a verlo.- ¡Esa sonrisa de oreja a oreja!- Daba igual que fuera todos los días a echar un rato con él y acompañarlo o que se espaciaran las visitas. Siempre te demostraba que su espera había merecido la pena y que para él era importante vernos aparecer.
- ¡Vamos a tomar un cafelito! - ¡Ese bizcocho huele a gloria!- aunque ya sabes que yo no meriendo- se quejaba mientras se servía un buen trozo.
Mientras tanto, como buen parlanchín se le atropellaban las palabras para contar las últimas novedades y acontecimientos, sobre todo, familiares, puesto que con familia tan numerosa siempre había algo que comentar. Al referirme a la familia numerosa, recuerdo lo que con tanta gracia contaba cuando, una de las veces que esperaban a uno de tantos hijos, alguna conocida al percatarse del nuevo miembro en camino, le preguntó: “¿pero otro niño?”- su respuesta chispeante no se hizo esperar- ¡”Pues claro hija!”, sólo cumplo el mandato divino: “Creced y multiplicaos”- Si, si- le contestó la amiga- “¡Pero que el mandato no te lo dijo sólo a ti”
- “Bueno, ya está bien de cháchara”- Es hora de la partida de cartas. “Ya estás tardando”- decía con ilusión - “Pues, ¡prepárate!, no creas que me voy a dejar ganar como siempre, aquí el respeto por los años no cuenta”- replicaba yo - deseando ganarle sólo para oírlo. Las carcajadas se oían a distancia y las trampas ¡también! Así, transcurrieron muchas, muchas tardes porque, ganara quien ganara, la revancha estaba asegurada. Tardes inolvidables grabadas a fuego alrededor de la mesa camilla y brasero en las que nos deleitaba con sus amenas historias que, como buen conversador nato, era capaz de atraer nuestra atención y divertirnos con anécdotas que su vida profesional le había proporcionado y que, la mayoría de las veces, reíamos a carcajadas aunque las repitiera. Siempre parecían nuevas.
Incansable devorador de libros por verdadera vocación, mantenía sus charlas salpicadas de citas que siempre venían al caso y nos dejaba con la boca abierta. Admirábamos su capacidad y su buena memoria, que él mismo consideraba un privilegio. Mil veces tuve la intención de poner por escrito sus interesantes vivencias y cuánto en ellas descubría. A él le debo ideas, emociones y mucho de mi interés por las letras, la pintura o la filosofía, pues su carácter apasionado trasmitía una capacidad vital envidiable.
Pasaban los años y se acercaba a los 100. Pero “¿Tú que eres? ¿Eterno? – preguntaba yo. Con él palpabas la eternidad. Daba la impresión de que no se iría nunca. “Los hombres ocupados no envejecen” – contestaba seguro de lo que decía - “Es fundamental mantener la actividad intelectual”. Y añadía, picarón y ocurrente, nombrando a Chesterton: “Cuando se apaga la bombilla de abajo se enciende la de arriba”
De ese modo, iban desfilando los días con vértigo, sabía que las hojas del calendario se caían sin haberlas arrancado. Absolutamente consciente de que la vejez había llegado más pronto que ninguna otra edad, con pasos de seda, inadvertida, porque nunca se piensa que está ahí.
Dedicaba parte de su tiempo a todo lo que tuviera que ver con el cultivo de uno mismo a través de las Artes (literatura, pintura, música) y la Filosofía. Construyó verdaderas colecciones de reproducciones de arte con mimo y muchas horas dedicadas de minucioso trabajo que le llenaban de ganas de vivir y siempre, de aprender. Era un auténtico acaparador de saberes que supo compartir con naturalidad con el que se sintiera atraído por el mismo mundo que él. – “Mira, mira, ojea esta nueva adquisición para el álbum de los pintores”- decía ofreciéndome la nueva pintura. Disfrutábamos de nuestras aficiones comunes.
Todo esto pasó irremediablemente.
Ahora imagino que los famosos, los auténticos, los personajes a los que tanto admiró habrán acudido, cordiales, a recibirlo y darle la bienvenida: Miguel Ángel, Leonardo, Correggio, Donatello. Y no digamos sus ídolos musicales: Mozart le habrá interpretado su “Requiem”. Bach le habrá deleitado con su “Ofrenda musical”. Lo veo emocionado. Beethoven se une al grupo con su “Quinta sinfonía” - Casi lo oigo decir- “¡Esto es estar en el cielo!”
Se sentirá abrumado ante la presencia de Velázquez, Goya, Rembrandt, Zurbarán... Una interesante tertulia sobre algún cuadro…Picasso, Miró no se habrán quedado atrás; ahora podrá preguntarles sobre el cubismo y las vanguardias que no entendía.
Quizás, en otra sala más antigua, haya estado sentado, escuchando a su admirado Sócrates que seguirá conversando sobre “La inmortalidad del alma” con Aristóteles y Platón. Marañón y Ortega compartirán velada con él; también Unamuno, quien ya habrá resuelto sus dudas sobre la vida eterna…
Así mismo, en su encuentro con Rafael Alberti, habrán recordado su poema “El ángel bueno”, que tantas veces leyó, citó y recitó.


Aquel que a sus caballos

ató el que yo llamaba

Aquel que a sus caballos

ató el silencio

Para, sin lastimarme,

cavar una rivera de luz dulce en mi pecho

y hacerme el alma navegable

                            
Me parece que Pérez Galdós pensaba en él cuando dijo: “La mayoría de los hombres mueren para ser enterrados, sólo una parte, los elegidos, mueren para resucitar”.

                                                                
                                                                                                                     
                                                                                                                           Isabel Fernández
•13:38

TAN DESEADO COMO BREVE

El último mes lo había vivido intensamente, minuto a minuto, sin descanso para mi mente, que no podía comprender lo que me estaba pasando, ni para mi corazón que se encogía con el sufrimiento que esto me provocaba. No conseguía quitármelo de la cabeza.
Cuando volvía a casa después de dejar a los niños en el colegio decidí pasar antes por el gimnasio y concretar mi inscripción para mi puesta a punto con vistas al verano. Y allí me lo encontré. La alegría y sorpresa fueron tan grandes que lancé un grito y lo abracé con todas mis fuerzas. Él sonreía y me miraba dejándose querer con esa serenidad que a mí tanto me tranquilizaba en otras épocas, aunque a veces hubiera llegado a desconcertarme.
- ¿Tienes tiempo para charlar un rato?
- Todo el del mundo, mentí. Ya se me ocurriría algo a última hora para comer y haría las camas por la tarde.
Salimos y empezamos a caminar sin rumbo. Recordamos tiempos pasados sin otra responsabilidad que los estudios ni otros disgustos que los amoríos frustrados. Poco a poco me fui enterando de sus peripecias e intuyendo que no todo iba bien. Le conocía demasiado para darme cuenta que eludía hablar de su vida actual.
Entramos en una cafetería, nos sentamos enfrentados y nuestras miradas se cruzaron, las sostuvimos durante unos segundos y en el fondo de nuestros ojos encontramos el mismo cariño y confianza de siempre. Esperé que él hablara… pero no decía nada. Me cogió la mano acariciándola suavemente. Empecé a ponerme un poco tensa a la vez que un cosquilleo me recorría todo el cuerpo. ¡Dios, mío! ¿qué nos estaba pasando?. No quería que la emoción me dominara y rompí el silencio.
- Bueno, ya sé lo que has hecho en estos años, y ahora ¿qué haces?¿cómo es tu vida?.
Me apretó entonces la mano con fuerza y miró alrededor, pero estoy segura que no veía nada. Aquello que llevaba dentro le impedía hablar, mantenía una lucha consigo mismo y no era capaz de ganar la batalla.
- Mira, Lucía, yo no sé si el encontrarte ha sido una suerte para mí o una desgracia para ti. Sí, no pongas esa cara. Creo que son ambas cosas. En fin, te lo voy a contar, después de todo has sido siempre mi mejor amiga, aunque hayan pasado años siempre te he recordado como tal.
Y empezó… y siguió… y… cuando finalizó con palabras entrecortadas, yo estaba intentando tragar saliva y dominándome para no llorar, pero sin éxito. Para disimular miré el reloj: ¡los niños! Seguro que el chico ya estaba lloriqueando ante mi tardanza. Tenía que irme pero ¡me sabía tan mal dejarlo así!... Anoté mi número de teléfono en una servilleta y se la dejé sobre la mesa.
- Mis hijos están a punto de salir del colegio, susurré. Llámame y seguiremos hablando. Le di un beso y él, con su cara entre las manos, ni se movió.
Ya en casa, en cuanto tuve un momento de tranquilidad busqué “La arboleda perdida”, me lo había regalado un Día del Libro en la época que estábamos estudiando a Alberti en la Facultad. En la primera página había escrito: “Pienso que los libros de memorias son un cúmulo de nostalgias, ¡Me haría tanta ilusión formar parte de las tuyas!...” No sabía él que ni un solo día lo había olvidado.
Días después me llamó la policía. Alguien había encontrado su billetera. Dentro, la servilleta con mi número de teléfono. Fui en seguida a recogerla. Con su contenido fui haciendo averiguaciones y atando cabos. Todo resultó inútil. Llegué demasiado tarde.

                                                                         
                                                   
                                                                                Mercedes Rodríguez de Zuloaga
                                                                                                                  
•13:34


 Hoy las nubes me trajeron, corazones al unísono

Hoy las nubes me trajeron, volando, mientras caminaba lisonjeando el mapa de España, bordeando la Playita de las Mujeres, exhorto en mis pensamientos, un rostro que no me dejaba indiferente. Ella cruzó altanera el paso de peatones y se incorporó a mi trayectoria, justo, cuatro pasos por delante. En sus primeros progresos al frente de mi marcha ella giraba la cabeza, más de dos, más de tres y una más, para admirar un horizonte perfilado por casas en riadas de escalones arriba y abajo y el Castillo San Sebastián al final del trazo ¡Que pequeño sobre el río!
La luz era temprana, cegadora si miras al Este. Se le llenó de caballos la sombra que proyectaba y las facciones de su rostro sobre el celeste lienzo que se sustenta en la línea del mar, me excitaban.
Yo, caballo, por su sombra sincronicé mi paso al suyo para apreciarla a corta distancia. Advertí como su rubio ondulado cabello flotaba como la avanzada de nubes sobre el horizonte y que olía a rocio. Matices que me sumergen en el patio que un día fuera una fuente con agua y despertaron en mí, ansias de pretenderla.
En un santiamén, su mano izquierda, sutil como el planear de las gaviotas, reajustó por detrás, la camiseta ahogada bajo la mordaza del talle de la chaqueta de piel canela que cubría su estilizada figura. Por un instante, desvié la atención a que las gaviotas se entrelazan con otras a lo largo de la playa y que nos acompañaban con sus grotescos graznidos. Entonces lo oí y aunque no encontraba la fuente, la fuente estaba y se me desveló, era el sonido imperceptible de los flecos que engalanan su coqueta bandolera verde mar tintineando sobre su pierna derecha. Al unísono se veló para mis tímpanos el goteo sonórico de coches que al igual que con el desfile de cientos de pensamientos que pululan mi mente cada día, en lugar de domarlos, les deje transitar.
Y fue entonces, cuando posé mi mirada en sus huellas. Un paso tras otro, sobre el revestido recién saneado, que entonaban el ritmo y la cadencia del incesante vaivén de olas que mueren unos metros más abajo y la humedad con sal del asfalto bañaba mis sentidos, preso de sus seductivos andares.
Repentinamente, ella se giró dócilmente a la izquierda y encaró su rumbo para franquear la avenida. Experimente un soplo de rebeldía. Yo, que no quería perderla, alcé mi voz con un ¡Espera y Adiós y Gracias! Ella, volvió su rostro espontáneo, sencillo, natural, una sola vez y sonrió ¡Adiós!
Comprendí al instante, en la larga cola de la despedida, que nuestros latidos habían caminado al unísono desde la playa de Santa María del Mar hasta Isecotel y el agua que no corría volvió para darme el agua. Y la deje marchar.

Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España,
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme el agua.
Rafael Alberti: Baladas y canciones del Paraná (1953-1954)


                                                             

                                                                                                                                              

                                                                      Juan Carlos Canto
                                                                                                                                                       
•13:21


CON EL CORAZÓN ABRIGADO


De nuevo, alguien desaparece de nuestras vidas, de ese marco tan entrañable y querido que es la familia, y nos dice para siempre adiós…
Hacía unos años que no le veía, desde que se convirtió en aquel ser aún más especial, si cabía, y comenzó a caminar por la vida con el alma prendida entre los sueños y la realidad; en ese mundo donde muchos de nuestros mayores entran para nunca más regresar… Y, llenos de dolor e impotencia, sólo nos resta acompañarlos -a veces asustados y a tientas - por ese sendero abrupto y escabroso, totalmente desconocido, que amenaza con tambalear nuestro lado emocional…
Ese lado, en sus hijos, es una estructura fuerte, sólida, y no sólo acompañaron a su padre en el arduo camino, sino que lo llenaron y lo envolvieron de amor: su hija, entregada en cuerpo y alma; su hijo, cada vez que se lo permitía aquella distancia en la que se encontraba desde hacía ya años…
Más de una década había pasado desde la última vez que le vi. En aquella ocasión, me sacó a bailar en medio de una celebración familiar que poco tenía que ver con la que estábamos a punto de vivir…
Mi encuentro con él, después de tantos años, fue para mí algo muy especial y emotivo. No sólo por las circunstancias que lo rodearon, sino, también, por todo lo que para mí representó… Su sonrisa dulce, su mirada tierna… Y esa pose digna y serena que mantuvo en todo momento mientras se hallaba en medio de aquella inmensa pérdida…
- Qué bonito tu libro… Qué cosas más bonitas escribes, prima -fue lo primero que me dijo cuando me acerqué a él.
Nuestras manos se enlazaron mientras me hablaba de ese relato del que, decía, todo cuanto yo había escrito era lo mismo que siempre había sentido él… Y, en aquel momento, nos fundimos en el más intenso de los abrazos por donde algunas lágrimas escaparon, mientras yo me ahogaba en un mar de sentimientos que pugnaban por salir y que me empeñé en dejar a cubierto, en lo cálido… Posé una de mis manos en su mejilla y, durante unos instantes, sin soltarnos, nuestros húmedos ojos se estuvieron mirando. Una tenue sonrisa pareció dibujar nuestros labios… No hubo más que decir.
Despedimos a mi tío en silencio; un silencio roto tan sólo por los sollozos de mi prima que temblaba de forma violenta, incapaz de controlar su cuerpo… Se abrazaba a su hermano con fuerza, como una niña pequeña pidiendo consuelo; y su hermano, abrazado a ella, la apretaba tiernamente posando en su cabeza dulces besos…
Dejadme llorar a mares,
Largamente y como los sauces.
Largamente y sin consuelo,
Podéis doleros…
Pero dejadme”.
Y, tras ellos, con emoción contenida, vi la grandeza del ser humano: el poder de sacrificio, la dedicación, la capacidad de hacer frente a las adversidades superando los obstáculos… Y el amor con mayúsculas, ese amor por encima de todo… Y asomaron los recuerdos en forma de cariño y ternura en la figura de mi padre, en mi vida junto a él y en todo lo que para mí representó… Aún hoy, tras años de ausencia, siento su luz y su calor…
¿Quién no ha cuestionado la vida en momentos como éstos, haciéndose mil y una preguntas para acabar donde mismo comenzó?...
Había desaparecido otra de las ramas fuertes y hermosas nacidas del árbol más noble y bello; y desaparecía para siempre, en lo etéreo… Pero de ellas brotamos nosotros; por eso, aunque hoy no tuviese nada, primo, lo tendría todo… Y es que por mis venas, al igual que por las tuyas, corre esa misma savia que me alimenta dándome fuerza y aliento; ennobleciendo mi humilde existencia en este milagro que es la vida y que, a veces, no entendemos…
Es maravilloso y extraordinario haber nacido en esta familia sencilla con valores firmes, sólidos, auténticos… Donde, aquel que marcha, queda para siempre adherido profundamente a lo más espiritual de nuestro cuerpo… En forma de amor, llenando el alma; en forma de amor, abrigando el corazón para que nunca se sienta solo ni pueda posarse en él la escarcha…
                                                                  

                                                              
                                                                                                                  Mariló Lozano