•13:35

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Melodía de amor entre líneas


Ya han pasado 2 largos años desde que ella apareció en su vida suavemente, sin pretensión alguna, ni mucho menos aspiraba a ser el centro de su existencia, como así resultó ser …
Pablo por aquél entonces se encontraba concluyendo su matrimonio. El descuido de la ternura ahogó en un profundo océano cualquier atisbo de ilusión en sus vidas, manteniendo a flote sólo reproches y discusiones.
Se instaló en un pequeño y cálido apartamento, no muy lejos de la casa familiar, asegurándose así seguir presente en la vida de sus retoños.
Tuvo que pasar algún tiempo para acomodarse en el silencio, la soledad le susurraba su presencia continuamente, borrando todo color en su ánimo.
Una vida entregada por entero a la familia no dejó espacio para cultivar nada más.
Fue así como cedió a lo que siempre se había negado, utilizar las nuevas tecnologías como recurso para relacionarse. Pronto se sumergió en las redes sociales, al ver que le ofrecían la posibilidad de contactar según su disponibilidad y horarios.
El reencuentro de amigos y algún que otro familiar, así como participar en conversaciones ajenas a su situación, hizo que entrara cierta agilidad y frescura en su vida.
Fue a través de un chat donde conoció a Gabriela, hablaron desde el primer momento con la naturalidad que surge cuando no se pretende nada, ella era de Honduras, lo que propició un intercambio inmediato de sus distintas culturas sin otro tipo de presentación.
Pronto mantuvieron un fuerte y cercano vínculo, gracias a WhatsApp, ésta aplicación les llevaba la inmediatez del instante del otro, compartiendo ideas y sentimientos, grabaciones con el calor de sus voces, vídeos compartiendo el lugar donde se hallaban y así … un sin fin de acercamientos a través de esos leales cómplices, sus móviles.
Él era atento y honesto en sus manifestaciones, fue retomando el humor que creyó perdido a través de la ilusión que le traía ella.
En las palabras de Gabriela, le llegó la dulzura que tanto anhelaba, a la vez que una madurez de la vida que lo llenaba de admiración.
Ella era voluntaria en una organización en su propio país, trabajaba en una aldea donde el objetivo principal era la protección de niños sin familia.
Pablo entró en su vida como ella en la de él, a través de la ilusión por compartir, ya que a ambos les unía desde un principio ese tipo de soledad que descoloca cualquier corazón.
Gabriela llegaba a casa al anochecer, al colgar su máscara de fortaleza y entrega, se topaba de bruces con su vulnerabilidad y su carencia de amor como mujer, su argumento siempre fue el mismo : no tenía tiempo para cuidar de nadie más.
Pronto con sus mutuas atenciones y el buen hacer de las palabras, se fue convirtiendo ese vínculo tan especial en un sincero y gran amor.
Él rebosaba alegría, se encargó de transmitírselo sin descanso, acompañándola en cada momento que le era posible, haciéndole llegar continuas muestras de sus sentimientos y de su gozo por amarla.
Ella se sintió amada y protegida, sus días se llenaron de una ilusión en la que sonaba una melodía continuamente a su alrededor, convirtiendo el quehacer diario en algo excepcional.
Necesitaban verse, tocarse, entenderse sin palabras … pero el devenir de sus vidas hizo que pasaran 2 años sin conocerse personalmente. Habían pretendido colmar su amor y su deseo detrás de una pantalla digital. No era ningún juego, no eran niños, y se les iba la vida en ello, a veces tanto sentimiento sin el otro, los hacía frágiles.
Pablo obtuvo un permiso de 5 días en la empresa de mensajería donde trabajaba, sin pensárselo dos veces, voló hacia ella extendiendo sus alas llenas de emociones encontradas... ilusión, dudas, amor, ¿cómo se sentirían?, ¿habría tanta conexión como por escrito?, ¿y las noches... sentirían la misma pasión que en sus juegos a través de las palabras? ¿ cómo sería su piel?, ¿se entenderían? , tenía tanto de que hablarle... sentir su sonrisa, su olor, su mirada, esa misma noche en su último mensaje le escribió: “en sueños, la marejada me tira del corazón. Se lo quisiera llevar”. Tú eres mi mar.
Durante el largo y dificultoso trayecto hasta llegar a Copán, pequeño pueblo donde ella residía, le conmovió el esplendor de la naturaleza de ese bello país, era el principio de un hermoso sueño, esa tierra cargada de selvas y montañas, poblada de gente amable y sonriente, no podía presagiar otra cosa que no fuera hermosa.
Él llevaba envuelto su corazón en papel de regalo.
Ambos andaban nerviosos como niños, ansiando que no ocurriese ningún contratiempo, con esa inquietud que surge cuando la felicidad parece acompañarnos.
Por fin llegó el momento... tan emotivo fue el encuentro, que se quedaron uno frente al otro, inmóviles, en silencio, mirándose con una ternura infinita... hasta que él la elevó en sus brazos comiéndosela a besos, ella … reía plena de felicidad.
Fueron 5 días en los que exprimieron el tiempo a la vez que lo detuvieron. No era una fantasía virtual lo que provocaba esa entrega absoluta en cuerpo y alma.
Las palabras tan usadas entre líneas no fueron necesarias.
Cuando se quiso dar cuenta, Pablo se encontró volando de regreso a casa emocionado por la grandeza de lo vivido, se despidieron sin encontrar la sonrisa , no sabían cuando se volverían a ver.
Al llegar a casa, miró cada rincón de su estancia como si no hubiese estado nunca en ella y antes de que esos maravillosos días se perdieran en su conciencia como una realidad, sintió la necesidad de rememorar todo cuanto traía en su corazón.
Y así con su rostro bañado en lágrimas se dispuso a escribir su primer encuentro con ella: La miré a los ojos, se paró el tiempo, bajó la mirada halagada y comprendiendo. No dejé de mirarla, sus ojos languidecieron al besarla. Me miró estremeciéndose, entré de puntillas en su alma. Emprendimos la ceremonia, no queríamos prisas, aunque pronto con los latidos de nuestros cuerpos vibraron nuestras grandes alas. ¡ Entre nosotros estallaron múltiples flores blancas!
Esa noche, después de unas horas resguardando entre palabras muchos de los momentos vividos, se durmió con todo el dolor en su corazón de un poeta exiliado.



Segundo Accésit  Certamen Literario del Puerto:
 "La arboleda Perdida" y Fundación Rafael Alberti

Pilar Ricoy Mera


•13:10



LA CASA DE ABUELA


Cruzo el pequeño patinillo, adornado con algunas macetas, y subo la estrecha escalera cuyo primer tramo lo componen unos altos escalones y un recodo casi imposible; una escalera de blanca e inmaculada cal, cuyos peldaños, de losa grisácea en su superficie, han pisado varias generaciones. Ahora, en la fría y ya casi oscura tarde, se muestra silenciosa bajo un trozo de cielo donde, tímidamente, asoman algunas estrellas. Mientras asciendo, echo un vistazo hacia la ventana que aparece a mi izquierda y hacia aquella otra, pequeñita, al final de la misma. Permanecen igual que cuando yo vivía allí con mis padres y hermanas, como si no hubiese pasado el tiempo, sólo que, ahora, permanecen cerradas y no hay vida en su interior. Abro la puerta de aluminio y cristales esmerilados -que años atrás no existía-, y aspiro ese olor a limpio de mi infancia mientras accedo por un angosto y largo pasillo a la casa de mi tía.
- ¡¿Adela?!...
- ¡Sí! ¿Quién es?...
Casi a oscuras y con la sola compañía de su labor, una anciana, de finos y escasos cabellos grises, sonríe por encima de sus gafas mientras deja sus manos quietas sobre el regazo. Está sentada en una mecedora al fondo de la sala, en medio de la puerta de la terraza, el mismo sitio desde donde, hace ya más de medio siglo, ve la vida pasar…
- ¿Qué hay, preciosa? Aquí estoy, peleándome con el ganchillo.
Llena de ternura, cruzo la pequeña estancia provista de escasos y modestos muebles. Las fotos de sus hijos, nueras, nietos y bisnietos –testigos mudos del paso del tiempo- colocados cuidadosamente por toda la sala, al igual que sus blancos y almidonados paños de crochet. En el mueble principal, desde donde mi memoria alcanza, el libro de poemas de Rafael Alberti: Marinero en tierra… “Marinerito delgado, Luis Gonzaga de la mar…” Sorteo la pequeñísima mesa camilla y retiro un poco el andador con el que se ayuda por la casa. No sin cierta dificultad –aún tengo que evitar una pequeña banqueta de plástico donde reposa una de sus hinchadas piernas- me inclino para besar sus blancas y hundidas mejillas.
Esta vez le llevo rosquitos, le encantan. Me pide verlos y, con gesto picarón, coge uno y se lo lleva a la boca. Llevo el resto a la cocina, un espacio tan reducido que me parece casi de juguete. Mientras poso el plato en la pequeña mesa pegada a la pared de la izquierda, echo una rápida mirada a ese estrecho rectángulo provisto tan sólo de un seno, una pequeña cocina económica y un simple frigorífico; al fondo, el único mueble colgado que siempre estuvo allí, con sus tres puertas de formica verde. Nadie diría, por las dimensiones y la pulcritud reinantes, que se sigue elaborando allí comidas caseras a la antigua usanza.
Me siento cerquita de ella, mientras me enseña la labor y me cuenta cosas, observo sus gestos, sus ojos, su cara, sus manos… y veo a los abuelos… y a mi padre…
Cuando llega el momento de marcharme, levanta trabajosamente su dolorido cuerpo; no quiere que la ayude, ella puede con todo: con la comida, con la casa, con el lavado, con la plancha… Lo que ya no puede, desde hace un tiempo, es ir a la casa de abajo y subir a la azotea.
Se recompone la toquilla sobre sus hombros y me acompaña hasta la puerta muy despacito, pisando con cuidado las mismas baldosas, ya gastadas, que tantas veces pisaron mis pies de niña. Alza sus brazos para asir los míos y me aprieta con sus manos mientras nos besamos tierna y efusivamente; yo, siento la fragilidad de ese cuerpo que tanto quiero, y reprimo mis fuerzas por temor a romperlo o hacerle daño.
- La próxima vez voy a traer tarta de galletas con chocolate.
- ¡Mmm!…-Exclama poniendo los ojos en blanco y haciendo un gesto muy simpático que siempre me recuerda a Miliki, el payaso de la tele…- Y me lees, que hoy con tanta cháchara nos hemos olvidado de nuestro querido Alberti. Adiós, preciosa- Me dice sin dejar de sonreír.
Una amalgama de sentimientos inunda todo mi ser mientras bajo a despedirme de mis otras tías, y en el recuerdo, esa misma casa que dejo inmersa en el silencio y la soledad, aparece con gente que sube y baja por esa escalera de blanca e inmaculada cal; luces amarillentas salen de esas ventanas desde donde se oyen voces, risas; el ruido de un tenedor golpea rítmicamente un plato; luego, el chisporreteo de la cocina y ese olor a tortilla que sube desde el patinillo… Correteando felices por allí, en un mundo mágico, tres niñas cantan… “Marinerito delgado, Luis Gonzaga de la mar, ¡qué fresco era tu pescado acabado de pescar…!”
Me voy llena, satisfecha, pero con el temor de que, tal vez, sea la última vez que vea a esa tía junto a la que me crié. El próximo mes de Abril cumplirá noventa años…


   Primer Premio Certamen Literario del Puerto:
 "La arboleda Perdida" y Fundación Rafael Alberti 
Mariló Lozano López