•13:56

¿Es que no tuviste bastante valor para enfrentarte a ella?

Sí lo tenías todo: alegría, belleza, claridad, resplandor, nitidez...

¿Por qué entonces, DÍA, sucumbiste ante la NOCHE?


Rosario Benjumea
•13:56



Sigo observando mi trocito de cielo a través de las vendas. Es lo único que me puedo permitir. Hoy mi cielo no es otro que ella, la que siempre está ahí, con su sonrisa, dándome su apoyo y cariño. ¡Ojalá algún día pudiéramos volver a casa y contemplar juntos, como antes, aquel cielo que se perdía en el horizonte, azul o preñado de nubarrones, dorados al amanecer y rojo en el ocaso, que hacía cambiar el color del mar con sus reflejos y que se había hecho imprescindible en nuestras vidas! No se lo digo, no quiero que su mirada se nuble. Mejor soñar.


                                                                    


  Mercedes Rodríguez de Zuloaga
•13:39




No era mi ciudad, ni mi país. ¿Qué narices hacía yo en este barrio, en estas callejuelas llenas de casas ocres y rojas desordenadas, que me confundían de forma alarmante? Los latidos de mi corazón, estaban consiguiendo subirme la presión arterial.

El grupo de turismo con el que visité las tiendas, me habían perdido, ni se habían dado cuenta. La noche cerrada me angustiaba. La estupidez les había retrasado en aquella tienda de chaquetas de piel y alfombras, regateando precios imposibles.

Asustado y perdido, llevaba un rato intentando esquivar a un hombre de chilaba oscura y cara de terrorista que me seguía. Primero con paso rápido, ahora corría gritando palabras en árabe, quizás ofreciendo a Alá su sacrificio. Las tiendas habían cerrado, mi instinto de supervivencia se agarraba a la mochila buscando el hotel.

Se había unido a la persecución otro hombre, también con túnica, seguramente de algún grupo fanático con ganas de secuestrar al último turista que se atrevía a visitar estos lugares.

Bajo un soportal logré tomar aire, solo las sombras me protegían. Una mano me agarró de la mochila. Intenté deshacerme de ella pero ya tenía al otro individuo frente a mí, que con cara perpleja, me mostraba la cámara de fotos que me había dejado en el mostrador del bazar.


                                                                               

  Luis Barriga.
•13:29



Allí estaba ella, sentada, como todos los días en la entrada de su humilde choza. Menuda, la piel de su rostro, así como la de todo su cuerpo, oscura y surcada por profundas arrugas, no creo que por el paso de los años, pues nunca supe calcularle la edad, sino por su vida expuesta a las duras condiciones del sol, viento y lluvia en la remota aldea.

Me gustaba observarla al acercarme antes de que ella notase mi presencia. Sus ojos muy negros eran pequeños, muy cansados cuando no sabía que la miraban, pero muy vivos y alegres cuando nos descubrían y entonces se transformaba, era todo alegría y amabilidad y sus palabras servían de guía y consuelo para todo el que lo necesitaba.

Analfabeta, nunca pudo ir a ninguna escuela, pero maestra en la sabiduría de la vida. Conocía el poder de todas las plantas que nos rodeaban y a ella acudíamos cuando el médico más cercano se encontraba a más de 200 Kms y siempre nos daba el remedio oportuno y eficaz, pero sobre todo ella nos reconfortaba con sus sabias palabras .

Para mí, sin lugar a duda, ella era una belleza


                                                                                    
Regla Rodríguez
•13:23




Aquel día de verano de 1945 amaneció en calma, no había aun subido el Sol tras las colinas y ya el calor y la humedad eran intensos.
Azumi se dirigió a sus cercanos campos de arroz como todas las mañanas, cada día los observaba con detenimiento encontrando el pequeño cambio producido por la naturaleza; hoy observó un ligero tono dorado que predecía que en poco tiempo podría empezar la recolección.
Pero era lunes seis de agosto y el destino le tenía deparado la peor de las catástrofes en la cercana ciudad de Hiroshima.


                                                                                 
 Margarita de Prado
 
•13:15




Sigo observando mi trocito de cielo a través de mis llorosos ojos. Enlatados sin variar posturas, sin oír el frío del mar, los llantos ni los vómitos.
-Tú mi niño, solo levanta la cabeza y los dos veremos el mismo cielo. Y así fue durante toda la travesía.

                                                                             
Mila Ortiz
•13:05





Poco antes de que los domingos fueran amargos, mi marido Javier, mis tres hijos, la perrita Lulú y yo, nos íbamos a pasar el día al campo, cargados con nuestra tortillas, el gazpacho, la piriñaca y la tarta de chocolate.

Hoy, llevo a mis hijos a visitar a su padre a la cárcel de Carabanchel donde lo han internado por participar en una manifestación contra las preferentes.


                                                                         


Amalia Mendoza