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La bella de mi parque


Naricilla respingona y un cuerpo de escándalo, le dije al banco en el cual me hallaba sentado y en el que pasaba últimamente la mayor parte de mis días. Le contaba cosas de mi pasado, de mi presente e incluso de mi futuro, pero él prudente como buen banco que era, nunca me hizo ningún reproche.

Era una mañana soleada de primavera y la chica de naricilla respingona paseaba por el parque, calzaba unas botas de piel de ante negras y de gruesos tacones, un pantalón muy corto ceñido al talle y una camisa celeste que anudaba a su cintura, dejaba al descubierto su bello y sensual ombliguillo.

Hermoso cabello castaño que ondeaba orgulloso con la pequeña brisa de la mañana; sonrisa suave y desenfadada; ojos color zafiro y mirada misteriosa. Para mí era la belleza convertida en mujer. Al pasar junto a mi lado, giró ligeramente su mirada y me lanzó una de sus sonrisas que al momento le devolví amablemente. La seguí con la vista y advertí como se detenía y volvía sobre sus pasos sentándose en el banco junto a mí. Nunca hasta ahora nadie se había fijado en un pobre como yo, enfermo, desahuciado, sin puerta a donde llamar y sin lecho que calentar.

Me miró y enfrentando su cuerpo al mío, una fragancia comenzó a emanar de su cuerpo, quedando posteriormente sumido en un letargo del que no despertaría hasta llegar a un lugar maravillo y de increíble belleza, donde todas las personas de aquel lugar, al verme parecían estar esperando mi llegada.

Sin embargo allí, en el parque, un banco permanece desocupado, esperando que alguien se siente en él, le cuente historias y lo saque de su letargo.


                                                                   

José María Barrios

 
                                          
                                                                                                                                          







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