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Aquel
día de verano de 1945 fue crucial para Milagros, tenía treinta
años, vestida de luto riguroso parecía mayor.
Su
marido, falleció afectado de tuberculosis, la dejó sola con cuatro
hijos y sin recursos para vivir.
Lo
había intentado todo, no tenía otra opción, ya no había vuelta
atrás.
Dejó a los niños con las
monjas de la caridad en un orfanato.
Se
despidió diciéndoles que volvería pronto y armándose de valor y
despojándose de su dignidad, subió a la habitación de la pensión
donde la esperaba su primer
cliente.
Carmen
Gallardo
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