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AISLAMIENTO
Se pasaba la horas en
aquella habitación de su pequeño piso, rodeado de libros, la
mayoría vetustos, amarillentos, con olor a vieja imprenta, y al
tocarlos dejaba su huella en el polvo acumulado. Sólo él podía
entrar en su siniestra biblioteca.
Ella decidió hacer del
saloncito su taller de costura, y lo invadió de todos sus
utensilios.
El televisor lo instaló
en la cocina, y ésta se convirtió en el centro de sus breves
encuentros.
Isabel Vieiras
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La chica de los
pechos como aceitunas
Llama
al timbre. Dentro se oye una válvula de la olla exprés
dar vueltas. Huele a garbanzos. Abre la puerta una mujer
con el pelo teñido de rubio con las raíces negras y
recogido en una cola, lleva un delantal con manchas, sonríe
con falsos dientes, con falda sonrisa.
Hace
pasar a la chica de los pechos como aceitunas a una
lúgubre habitación donde hay una camilla, un lavabo y una
mesa sobre la que reposa el instrumental.
No
pasa nada, no te preocupes. ¿Trajiste el dinero?. Asiente
y le tiende el dinero arrugado y húmedo de sudor. Ella se
tiende en la camilla, cierra los ojos y llora.
La
chica de los pechos como aceitunas no ha llorado más, una
niebla blanca la fue cubriendo de dentro afuera.
Carmen
Artaza
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VISITANTES
Me pareció divertido
mientras fui una niña, aquellos visitantes a los que yo abría la
puerta, entraban cabizbajo a la sala donde mi madre los esperaba y
salían siempre con cara relajada, algunos con sonrisas y otros
locuaces, le daban un dinero a ella y a mí algunas pequeñas
monedas.
Cuando adolescente, ya no
era tan entretenido ver ese trasiego de gente. A mi modo de ver, me
robaban tiempo de estar con mi madre y contarle mis pequeños
problemas de pubertad.
Ahora, adulta, con una
licenciatura en la mano y a punto de salir de mi casa, entiendo que
mi madre, sin estudios, abandonada por mi padre y con dos niños a su
cargo, tuviera que ganarse la vida de esta forma...ella era una buena
PITONISA.
Pilar Perdices
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