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Huida
Se despierta agitada, cansada.
Lleva meses en que muchas noches se repite el mismo sueño.
Dos mujeres jadeantes,
asustadas, corren por un interminable pasillo a media luz lleno de
puertas; aunque no hay nadie más se sienten perseguidas y avanzan
como si lo estuvieran, hasta la puerta más grande y más lejana,
pensando que esa elección es la mejor.
Al abrir de un empujón la
puerta, la visión les desconcierta, un espacio abierto, despejado
lleno de gente rodeado por una alambrada, respiran profundamente el
aire frio hasta recuperar fuerzas y siguen avanzando unidas, entre la
multitud; tienen que salir de allí.
Al llegar a la alambrada se
ayudan mutuamente apartando los espinos. No consiguen abrir hueco
suficiente y la atraviesan arañándose y dejando girones de sus
vestidos. A lo lejos divisan casas altas, cuadradas, modernas, con
grandes cristales y deciden ir hacia allí. En el camino al mirarse
se dan cuenta que tienen sus cabellos al aire, se han quedado en la
alambrada sus pañuelos; se sienten como desnudas, pero no vuelven
atrás.
Exhaustas abren la puerta del
primer edificio que alcanzan. No sabían que iban a encontrar, pero
se ven en un gran gimnasio lleno de gente alta, delgada, rubia, que
se vuelven a mirarlas y mantienen fijas en ellas sus miradas.
Se ve reflejada en un espejo y
no se reconoce, esperaba una joven casi adolescente y encuentra una
mujer, mira su mano que aprieta la de su compañera y solo encuentra
una mano, una mano sin cuerpo. Siente la angustia de haberla perdido
y no saber dónde.
No creo que pueda olvidar
nunca la huida de mi país, pero espero que algún día desaparezca
este obsesivo sueño.
Margarita de
Prado
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