Ilusiones
Rotas
Me
acerco para anotar sus nombres, los que no oigo por el incesante
castañetear de sus dientes blancos, es la música con licencia para
arrancarte el alma, para cortarte el aliento mientras los contemplas
ante el frío y el miedo de sus sueños rotos.
Sentado
en el suelo un hombre permanece abrazado a una mujer con los ojos
cerrados e inmóviles, de vez en cuando un quejido desde el alma le
desgarra la garganta, y ella, con su vientre abultado, le coge la
mano que serenamente la posa en su vientre lleno de vida y esperanza,
al que acarician al unísono.
Más allá, dos
niños y un joven son los primeros de una fila de hombres y mujeres,
los que han sido arrojados al viento y al mar como despojos humano
hacia una tierra prometida.
En sus ojos, veo la
locura que los ha acompañado cada noche arropados al sopor del
entumecimiento y la congelación, del hambre y la sed que inquieta,
ha ondeado entre sus cuerpos con el vaivén del océano, el que ha
acunado su letargo arañados en la noche por una luna llena o
menguante que los ha iluminando hasta un nuevo amanecer. Tendidos al
sol de la mañana, poco a poco se han ido secando, incluso las
lágrimas del miedo, que ocultas bajo su piel se esconden.
Callada,
y sin decir nada, me he sentado al lado del hombre que aún permanece
abrazado a su mujer bajo un manto de oro y plata como reyes
destronados. Me he puesto a mirar la luna que rojiza irrumpe la
recién estrenada noche. Él, ha sentido mi presencia y ha abierto
los ojos pese al peso de sus parpados hinchados, su mirada, ha
seguido la mía en una ausencia de vació hacia el infinito, y ahí,
se ha quedado abstraído y perdido como en una arboleda lejana. Ella,
empieza a inquietarse, jadea, respira cansada y, una leve sonrisa se
le dibuja en la cara ante las primeras contracciones. Sudorosa y
resoplando se lleva una mano al pecho, la otra hacia el vientre que
empieza a moverse en silencio, sólo el gemir y el resoplo de una
madre alerta le acompaña. Ajeno, el hijo va rompiendo las entrañas
hacia un nuevo mundo, hacia una nueva esperanza, hacia una tierra
extraña que le acogerá también como hijo suyo.
En mis manos, tres
vasos humean el calor de un cobijo mientras a Zaira le brillan los
ojos alumbrando entre dolores que se vuelven dulces. La noche es
cálida; pero se ha vuelto fría bajo luces blancas que se mueven y
descienden desde el cielo iluminando el arrecife, donde almas al
lindero de la costa, intentan volar, bajo, una luna que corona el
cielo e ilumina todo.
Rompiendo
olas de cristal sin voces, una patrullera arriba nuevos cuerpos
entumecidos, fríos y paralizados, que envueltos como Omar y Zaira
brillan entre láminas, exhalando miradas perdidas, absortas, mirando
con recelo hasta las gaviotas que surcan el cielo con los primeros
destellos del día, donde se desvanecen sus ilusiones como la noche
que precede a un nuevo día.
Vencidos, se dejan
llevar de un lado para otro como copos de purpurina suspendidas en el
aire. Cada segundo, se los ve más hundidos, y no precisamente en el
inmenso océano al que han vencido, sino en su propia tristeza.
Algunos lloran, otros, sollozan en silencio, saliendo su alma blanca
por los poros de su piel negra y quemada. Suspiran. Un aluvión de
pensamientos les tienen que invadir el alma, la que se asoma por sus
ojos abatida, entre los pensamientos, aquellos que les deshidrataron
las lágrimas ante promesas de una vida de ensueños, las mismas
lágrimas que ahora brotan enfurecidas y en silencio, ante un futuro
nuevamente incierto.
Saben, que han
nacido de nuevo al caer el sol, al instante de ese segundo en el que
un soplo de mar les ha delatado a la patrulla de costa: entre
balanceo de espumas blancas y frías. Como un frágil cristal
tallado, sus ilusiones se ha roto entre manos que rabian
ensangrentadas, con labios abiertos, con bocas ásperas como lagartos
al sol a la salazón del mar y el viento.
Las miradas se les
vuelven perdidas, distantes, vacías y llenas de dolor. En algunos,
se puede adivinar su terror ante el inmenso mar que vestido de un
dulce espejismo les ha jugado malas pasadas. No sé que les hiere más
en estos instantes, si su dignidad quebrada, o la sentencia que le
dicta no saben bien quién: si ¿el hombre?, ¿la vida? o el propio
destino.
El
día empieza a despuntar. Las estrellas se apagan y el lucero del
alba se enciende al resplandor aún oculto del sol reflejándose en
el mar. El cielo, aparece con ráfagas violetas que se filtran entre
algunas nubes emborregadas que distorsionan los colores dando una
hermosa alborada. Dentro de unas horas, un nuevo día trascurrirá no
igual para todos. Yo, iré a casa, dejaré mi chaleco de voluntariado
y me fundiré en un baño de espuma blanca y caliente. En la cocina,
la cafetera anunciará tras un silbido largo un suculento café
inundando con su aroma hasta los rincones más recónditos de la
casa. Su olor, me hará presente la noche ya pasada. Han sido más de
seis amargos cafés azucarados en menos de doce horas en una noche
hermosa de luna llena; pero ausente de almíbar. Aún sin dormir y
con esa terrible realidad grabada en mis ojos me asalta la duda si
todo esto se volverá rutina, si se volverá un adorno más del
hermoso paisaje de nuestras costas y playas. Siento escalofríos al
pensarlo. Me aterra. Mientras, el sol sigue su curso y así el día.
Me agito ante la rutina. Cojo mis libros y con la mente aún a medio
a espabilar, se acerca el tren de cercanía, el que me lleva y me
trae a la facultad, donde todos los días engulle y vomita a tantos
jóvenes, algunos, deseosos de ver cambiar este mundo de su triste
realidad. Otros, pasando irreflexivos, paseando la cómoda y ciega
ignorancia ante esos valores que sólo percibimos como cotidianos.
Hoy,
tengo un examen de dos horas de ocho temas de sociología. El
pensamiento me ha zarandeado volviéndome de nuevo al horror de los
cayucos:- Y pienso en ellos-: en Galia, Ahmed, Yassin, Zaira, Ranya…
¿que será de ellos nuevamente repatriados?- me pregunto -siempre
como un bumerán la misma respuesta: -Volverán a lo inhumano, a lo
injusto, a la crueldad del hambre y a la pobreza que abraza a su
tierra. Y mientras tanto,
los dirigentes
seguirán siendo como torres de Babel, hablando sin entenderse. Y
ellos, seguirán atrapados en su cruel lejanía llamado: “El Tercer
Mundo”
Una
hoja de papel se ha puesto ante mí con dos fragmentos de un poema de
Rafael Alberti.......
Tristes pájaros que
van
bajo los soles
quemados,
sin sueños en busca
de pan.
Que van más
lejos, afuera,
dejando el hogar en
llanto,
solos, a tierra
extranjera.
Más abajo, dos
líneas:
“Desarrollar
un tema relacionados con la pobreza, la exclusión social, y el
hambre en el mundo”.
En el desarrollo, he
invitado a todos los dirigentes políticos del mundo a ponerse en la
noche un reflectante chaleco de voluntariado.
Tercer premio Certamen Literario del Puerto:
"La arboleda Perdida" y Fundación Rafael Alberti
Mercedes Revuelta Gomar
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