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LA ROSA DE MI JARDÍN


"Los hombres que a mí me gustan no saben llorar" pero a veces te supera la realidad, pensaba Mercedes aquella tarde de abril, mientras regaba sus claveles rojos que destacaban brillantes sobre la pared encalada, un tanto desconchada de su patio. 
 
Como un clavel rosa envuelta en la toquilla blanca de hilo que había tejido su madre, enseñaba a su primogénita a todos los vecinos, aquél hombretón de pelo en el pecho y enjuta barba. Acostumbrado a mandar y a ser obedecido, su marido, se enternecía como un niño hacia ese trocito de carne, sangre de su sangre. Cuando Rosarillo abrió los ojos por primera vez en medio de una turbia neblina, una lágrima le rodó, sin aviso, sin permiso, furtivamente por la mejilla.
      
                                                                   



Carmen Elïas Baturone
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