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TESTIGOS
DE UNA INFANCIA
"La ciudad es como una casa grande". El pueblo como una gran familia. Mi infancia tuvo un pueblo y mi pueblo una plaza.
Aún
escondo en la memoria una llave para rescatar mis nostalgias.
Son varias, pero me tienta un balcón. Un balcón pequeño que se
hacía grande y fuerte para cobijarme en las tardes de verano
cargadas de olor a jazmín y a hierbabuena, con ese encantador e
inocente privilegio que te brinda la infancia para asomarte a
través de su barandilla y descubrir un mundo soñado a tu
antojo. Para mí era el refugio de mayor distracción de la casa.
A
las cuatro de la tarde la plaza hacía la siesta y se
paralizaba durante una hora. Yo me cobijaba en el balcón y
apretaba fuerte los ojos mientras el sol se desplomaba lento y
grave calentando mi espera. El tañido de las cinco campanadas
de la iglesia despertaban mis oídos y el aroma de las finas
rebanadas de pan tostado, regadas con chocolate derretido, me
otorgaban vía libre para bajar de dos en dos los peldaños de las
escaleras hasta alcanzar la cocina, disputar con mi hermano
pequeño la mejor rebanada y sentarnos en el escalón de la
puerta de la casa deleitándonos con los restos del chocolate
que se escapaban entre los dedos, mientras una fresca brisa
marinera con sabor a sal impregnaba nuestras felices y cómo no,
churretosas caras.
Me
hechizaba la plaza cuando despertaba perezosa de la siesta,
abrazada por una arboleda perdida entre las esquinas, arriates
de colores y casitas blancas de puertas abiertas, de las que
asomaban madres sacando sillas al fresco abuelos aprovechando sus
últimos rayos de vida, novios a pasear dichosos cogidos del brazo,
compartiendo el sueño de un futuro juntos, a las beatas con
rosario y velo de encaje negro cuchicheando camino de los
oficios y por último, a una algarabía de chiquillos
dispuesta a invadir todo el espacio posible con sus
risas, juegos, canciones populares heredadas, formando un corro
de pequeñas manos unidas, dando vueltas y más vueltas:
"Ay
qué tarambana,
ay qué tarambán,
de
la vera tarambín,
de
la vera tarambán",
sudando
felicidad y absorbiendo cada minuto de la vida como si
no existiera un mañana. Testigo mudo de los momentos más
importantes de mi niñez y aunque tristes algunos, la esencia de
la plaza quedará custodiada para siempre bajo esa llave que
permanece anclada en mi memoria.
Lola
Sepúlveda
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