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A la sazón
Mi cuerpo se pasea por la Sala de los Reyes llena de yelmos y espadas
y dos cruces góticas, una sobre la escribanía y la otra presidiendo
un trono sobre el lienzo tras de mí. Las paredes son portadoras de
logros y conquistas. El aire recio de la estancia, empapado en
esencia de bergamota y laurel, infunde sobre la corte la sabiduría o
necedad de los mandatos y el suelo que pisan, insensibilizado por
trazos de sangre vertida y divinidad alcanzada, les sostiene de
rodillas y cabeza baja.
Cuatro vidrieras iridiscentes trasfunden
rayos de luz tamizada que forman pequeños arcoíris entre ellos y su
monarca, como barrera infranqueable entre lo divino y lo mundano. No
falta en mi presencia el ministril melifluo para cubrir las
vergüenzas del trovador e inundar los sentidos, con las notas que
tañe de su viola buena y bien templada que acompaña recitando
gestas, equilibrando la dureza y la benevolencia del legado para goce
y menosprecio del consejo de ancianos.
“Pero yo os castigaré con
su lengua romance”. Y, desde la bóveda, los cuatro jinetes que se
proyectan: Critica, Desamparo, Pobreza y Soledad repican sobre mi
corona lo que Dante me habló “pesado es vuestro yugo”.
Juan Carlos Canto
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