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UNA PROMESA
EI masajista no tardó en reconocer aquel lunar bajo la nuca. Lo acarició suavemente primero. Sintió un placer hondo, profundo. Respiró intensamente. Sacó con disimulo una foto reciente del bolsillo derecho de su bata blanca, la besó delicadamente y se la volvió a guardar. Y cerrando los ojos apretó su cuello con delicadeza, luego con frenesí hasta que el cuello de su víctima quedó doblado hacia abajo. Miró al cielo y respiró tranquilo. Al fin se había hecho justicia con el violador de su hija
Rosario Benjumea
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