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En
el lugar mas recóndito de la isla dejó guardado su tesoro, aquél
que su pirado compañero de celda, le había revelado existía
y que él, una vez huido de la prisión, camuflado en el saco
funerario del pobre diablo, decidió comprobar, pese a la delirante
muerte
del viejo.
Años
mas tarde, cuando hubo concluido su venganza, Alejandro, escribió su
historia; mientras tanto,
dudaba bajo qué título ampararía su relato ante
la apelación,
ya decidida, de la isla: Montecristo.
Vicente Díaz
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