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Secretos
inconfesables
El
puñetero ojo de la cerradura estaba dándole que hacer. Cierto que
hacía meses que no usaba la llave, distintos enfrentamientos y
asuntos de negocios hicieron que su ausencia fuese mayor de lo
habitual, pero ello no era óbice para que la maldita llave no girara
en el ojo de la cerradura.
Desesperado
por la impotencia, miraba a su cándida, fértil y obediente esposa
en señal de ayuda. Ella, sin embargo, con sonrisa picarona callaba
guardando para sí el secreto, su amante, su confesor había
sustituido el
cinturón de castidad.
José
María Barrios
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