El
pan nuestro de cada día
Un
ensordecedor grito puso a Nadia en alerta, las nubes grises de la
mañana se resistían a abandonar el cielo y anunciaban nuevas
lluvias, pero el calor, no dejaba de merodear por los alrededores. El
rostro de Nadia, reflejaba en cierta manera, la mala vida que le
había dado su marido cuando a diario, llegaba a casa ahogado por la
bebida. Ernesto, tenía un carácter extremadamente violento y se
vanagloriaba de todo cuanto hacía con ella. Nadia, era una mujer
dulce, pero por imperativo había tenido que volverse áspera y
rígida, ya que había recibido toda clase de vejaciones por celos de
él.
Cierto
día, el viento pegaba fuerte, la arena de la playa atravesaba las
paredes de su casa y las olas, parecían coger fuerza. Llovía con
ímpetu y las tormentas y relámpagos iban inundando la casa. Él que
llegaba como cada día al amanecer, fue preso de su furia, y un golpe
de viento se llevó su vida.
Al
enterarse del estruendo, Nadia, dejó caer una lágrima sobre sus
mejillas, que ya con el paso del tiempo, habían dejado un surco.
Cabizbaja era presa del dolor, un dolor que la había llevado casi a
asumir la culpa. Levemente asomaba a sus labios una frase de perdón,
pero en el fondo, pudo respirar.
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