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Aquel
día de verano de 1945 amaneció en calma, no había aun subido el
Sol tras las colinas y ya el calor y la humedad eran intensos.
Azumi
se dirigió a sus cercanos campos de arroz como todas las mañanas,
cada día los observaba con detenimiento encontrando el pequeño
cambio producido por la naturaleza; hoy observó un ligero tono
dorado que predecía que en poco tiempo podría empezar la
recolección.
Pero
era lunes seis de agosto y el destino le tenía deparado la peor de
las catástrofes en la cercana ciudad de Hiroshima.
Margarita de Prado
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