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No
era mi ciudad, ni mi país. ¿Qué narices hacía yo en este barrio,
en estas callejuelas llenas de casas ocres y rojas desordenadas, que
me confundían de forma alarmante? Los latidos de mi corazón,
estaban consiguiendo subirme la presión arterial.
El
grupo de turismo con el que visité las tiendas, me habían perdido,
ni se habían dado cuenta. La noche cerrada me angustiaba. La
estupidez les había retrasado en aquella tienda de chaquetas de piel
y alfombras, regateando precios imposibles.
Asustado
y perdido, llevaba un rato intentando esquivar a un hombre de chilaba
oscura y cara de terrorista que me seguía. Primero con paso rápido,
ahora corría gritando palabras en árabe, quizás ofreciendo a Alá
su sacrificio. Las tiendas habían cerrado, mi instinto de
supervivencia se agarraba a la mochila buscando el hotel.
Se
había unido a la persecución otro hombre, también con túnica,
seguramente de algún grupo fanático con ganas de secuestrar al
último turista que se atrevía a visitar estos lugares.
Bajo
un soportal logré tomar aire, solo las sombras me protegían. Una
mano me agarró de la mochila. Intenté deshacerme de ella pero ya
tenía al otro individuo frente a mí, que con cara perpleja, me
mostraba la cámara de fotos que me había dejado en el mostrador del
bazar.
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