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Allí estaba ella, sentada, como todos los días en la entrada de su humilde choza. Menuda, la piel de su rostro, así como la de todo su cuerpo, oscura y surcada por profundas arrugas, no creo que por el paso de los años, pues nunca supe calcularle la edad, sino por su vida expuesta a las duras condiciones del sol, viento y lluvia en la remota aldea.

Me gustaba observarla al acercarme antes de que ella notase mi presencia. Sus ojos muy negros eran pequeños, muy cansados cuando no sabía que la miraban, pero muy vivos y alegres cuando nos descubrían y entonces se transformaba, era todo alegría y amabilidad y sus palabras servían de guía y consuelo para todo el que lo necesitaba.

Analfabeta, nunca pudo ir a ninguna escuela, pero maestra en la sabiduría de la vida. Conocía el poder de todas las plantas que nos rodeaban y a ella acudíamos cuando el médico más cercano se encontraba a más de 200 Kms y siempre nos daba el remedio oportuno y eficaz, pero sobre todo ella nos reconfortaba con sus sabias palabras .

Para mí, sin lugar a duda, ella era una belleza


                                                                                    
Regla Rodríguez
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