El
otro, hombre o mujer, siempre el otro.
El
otro me empujó. El otro se copió. El otro me provocó. El otro me
lo quitó. El otro me engañó. El otro ha llegado antes que usted.
El otro me robó la idea. El otro es mejor que usted.
El
otro, el otro, hay algo bueno en el otro. ¿Y si le llamáramos Él o
Ella?
Quizás
entonces cambie.
Sería
más fácil perdonar.
Margarita
de Prado
|
En
el lugar mas recóndito de la isla dejó guardado su tesoro, aquél
que su pirado compañero de celda, le había revelado existía
y que él, una vez huido de la prisión, camuflado en el saco
funerario del pobre diablo, decidió comprobar, pese a la delirante
muerte
del viejo.
Años
mas tarde, cuando hubo concluido su venganza, Alejandro, escribió su
historia; mientras tanto,
dudaba bajo qué título ampararía su relato ante
la apelación,
ya decidida, de la isla: Montecristo.
Vicente Díaz
|
No
era la mar pero se le parecía, te invitaba a zambullirte en sus ojos
de un azul verdoso, diecinueve soles, esbeltas como la más bellas de
las Ninfas del Olimpo. Atracción de mujer fatal sabedora de sus
encantos de Sirena, con su torso desnudo y sus pies alados…
¡Despierta
Luis! ¡Vuelves a llegar tarde! Gritó Lola, su cara, desencajada y la
cabeza cubierta por rulos con una funeraria malla negra.
José A. RodrÍguez
|
La
luz y la temperatura de la primavera invitaban a salir de casa.
“Quizás ha llegado el momento de ir al centro de compras”, pensó
Brigitta. Al ordenar el armario con motivo del cambio de estación,
había comprobado que necesitaba ropa, cosa que ya sabía de
antemano, pues había engordado al menos cinco kilos. No le gustaba
su imagen y lo había ido retrasando, sin embargo ya era cuestión
que le urgía. Llamaría a su amiga Petra y se citaría con ella para
que la acompañara.
Hizo
el trayecto en barco para disfrutar del paisaje, hasta fue aceptando
sus curvas y que encontraría algo que le favoreciera. Al llegar se
dirigió a las calles de las tiendas. Transitaba mucha gente por
aquella zona prohibida al tráfico, ella iba despacio, a gusto,
mirando los escaparates mientras hacía tiempo para encontrarse con
su amiga.
Una
fuerza que no sabría describir, la empujó por detrás con
violencia tirándola al suelo, ¿una explosión?.. el aire se llenó
de humo y polvo que le impedían la visibilidad a la vez que oía un
estruendo de cosas que caían junto con el estallido de cristales,
gritos, llantos, gemidos de dolor... Se quedó inmóvil, agazapada,
durante algunos segundos, estaba desorientada y no comprendía qué
estaba pasando. En seguida oyó las sirenas de las ambulancias y de
la policía que daba voces intentando poner orden. Una mano le dió
unos golpecitos en los hombros; “señora, señora..” Quiso
contestar y no le salía la voz, tampoco podía moverse, las piernas
no le respondían, tenía la sensación de que no eran suyas. El
dueño de aquella mano llamó a los sanitarios: “Aquí, aquí por
favor”. Se dejó hacer aunque le lastimaban al ponerla en la
camilla, le cogieron una vía y fué perdiendo la consciencia, que
por momentos recuperaba y volvía a perder. Oía palabras sueltas,
“muertos”, “atentado”, “yihad”, “terrorismo”...
Sintió mucho miedo, ella no quería morir. ¿Dónde estaría Petra?.
Abrió los ojos con esfuerzo y todo lo que pudo ver fué un
espectáculo dantesco
Mercedes
Rodríguez
|