•9:45



Silencios

El silencio era desde hace tiempo nuestra conversación más frecuente, deseaba recuperar la juventud, olvidar mi vida presente y eso no era posible. Pasados los años me arrepentí de no haberlo hecho. Siempre quise, y mis silencios lo pregonaban, hablarte de lo que ocurrió, pero nunca me atreví era demasiado fuerte para confesarlo.
Quizás tú lo adivinabas y tampoco te atrevías a plantearlo, pero, era necesaria la transparencia dentro de mí, el lugar por el cual, abordan todos los estados de consciencia. Nunca te hablaba de ello, no quería perderte, te amaba demasiado. En la soledad de la noche me repetía una y otra vez, cómo confiar y así llegaba el amanecer en un mar de dudas.
El silencio a pesar de todo, no era un silencio aplastante, era un silencio cómodo, un diálogo sin palabras, que une o separa.
María arregló una vez más el florero, limpió el mármol y con los dedos acarició la fría foto de su amado fijada a la lápida. Con voz apagada y llena de amor le dijo que tenía que marchar, era su hora...

                                                                              
Relato colectivo
•9:40

La lista

Cuánta fuerza y qué poca puntería...” resonaba una y otra vez de forma martilleante en la cabeza de Cástulo.
Daba vueltas y más vueltas por la habitación, siempre con el mismo pensamiento: “No quiero, no quiero...pero tengo que hacerlo”
No se mofarían más nunca de su puntería.
Ya sabía quién era el que iba a caer primero, lo tenía claro, siempre lo había tenido.
Luego caería el segundo. A ese se la tenía jurada desde el día que lo conoció y le sonrió con sarcasmo.
Y después el siguiente, y el otro... así hasta terminar la larga lista que tenía ahí, ahí, muy dentro de su cabeza.
En ese momento no oyó cómo a su espalda alguien abría la puerta con mucho sigilo y le decía muy bajito:
“Toma Cástulo, tu medicación, que hoy estás especialmente nervioso”.

                                                                                

Rosario Benjumea
•9:36

 A la sazón 
 
Mi cuerpo se pasea por la Sala de los Reyes llena de yelmos y espadas y dos cruces góticas, una sobre la escribanía y la otra presidiendo un trono sobre el lienzo tras de mí. Las paredes son portadoras de logros y conquistas. El aire recio de la estancia, empapado en esencia de bergamota y laurel, infunde sobre la corte la sabiduría o necedad de los mandatos y el suelo que pisan, insensibilizado por trazos de sangre vertida y divinidad alcanzada, les sostiene de rodillas y cabeza baja. 
Cuatro vidrieras iridiscentes trasfunden rayos de luz tamizada que forman pequeños arcoíris entre ellos y su monarca, como barrera infranqueable entre lo divino y lo mundano. No falta en mi presencia el ministril melifluo para cubrir las vergüenzas del trovador e inundar los sentidos, con las notas que tañe de su viola buena y bien templada que acompaña recitando gestas, equilibrando la dureza y la benevolencia del legado para goce y menosprecio del consejo de ancianos.
 “Pero yo os castigaré con su lengua romance”. Y, desde la bóveda, los cuatro jinetes que se proyectan: Critica, Desamparo, Pobreza y Soledad repican sobre mi corona lo que Dante me habló “pesado es vuestro yugo”.

                                                                        
                                                                           
Juan Carlos Canto