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LOS DÍAS DEL RECUERDO.

Y le manchaba de harina al entregarle el paquete que, cada mañana, al alborear el día, enviaba al siguiente lugar de la lista. Aquella interminable lista que su abuela le había entregado poco antes de su muerte.
Fue allá por mil novecientos setenta y dos. Aún mantengo vivo el recuerdo, del primer adiós que guardo: su cuerpo, yerto, en la cama del hospital; mi mano acariciando su mano fría. Pero lo guardo junto a los de mis paseos en verano, durante las vacaciones, en las que me llevaba como lazarillo, para entretener mis mañanas en la plaza, entre recados.
Viven en nosotros, vivirán mientras vivamos. Ahora que se acercan esos días de limpieza y flores.

                                                                                  

Vicente Dìaz

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