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Sigo observando mi trocito de cielo a través de las vendas. Es lo único que me puedo permitir. Hoy mi cielo no es otro que ella, la que siempre está ahí, con su sonrisa, dándome su apoyo y cariño. ¡Ojalá algún día pudiéramos volver a casa y contemplar juntos, como antes, aquel cielo que se perdía en el horizonte, azul o preñado de nubarrones, dorados al amanecer y rojo en el ocaso, que hacía cambiar el color del mar con sus reflejos y que se había hecho imprescindible en nuestras vidas! No se lo digo, no quiero que su mirada se nuble. Mejor soñar.


                                                                    


  Mercedes Rodríguez de Zuloaga
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