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Yo era una niña cuando nos mudamos a la barriada. Todos los vecinos eran matrimonios de entre 30 y 40 años, con sus hijos más o menos de mi edad.
Por las tardes, las vecinas se sentaban a charlar en la plazoleta mientras los niños jugaban. Entre ellas, una de las vecinas del bloque de al lado, a la que se la conocía por el mote de "tata", tenía una gracia y una alegría que era el alma del vecindario. Todas se sentaban en torno a ella y era un continuo de carcajadas, entre los chistes que contaba y los golpes que tenía con las cosas que se le ocurría. Su lenguaje era un poco verde y con tacos, pero lo hacía con tanta gracia que todo el mundo disfrutaba escuchándola, y donde ella estuviera siempre se formaba un corro de gente y a veces se acercaba hasta gente que pasaba por allí.
En carnaval le gustaba disfrazarse, siempre en plan cómico. Un día, ya bastante entrada en años, se disfrazó de "majorette" y fue de puerta en puerta llamando a las vecinas y se armó un gran revuelo.

Ella conservó ese humor y esa alegría hasta en su ancianidad y desde que murió, nuestro barrio se tornó serio y silencioso.


María del Carmen Bella
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1 comentarios:

On 16 de noviembre de 2009, 11:30 , Un compañero de otro taller de Arbolí. dijo...

me gusta como te expresas.
Dedícame un relato (antes de Navidad) con un final "muy feliz".