•21:13
Sonó el despertador a las ocho como cada mañana, María, se desperezó entre las sábanas y se hizo la remolona. Unos minutos más antes de incorporarse, lo hizo sin ganas, un día más pensaba, como otro cualquiera, no tenía ilusión ni nada interesante o diferente que la sacara de la rutina diaria.

Cuando salió a la calle iba con prisas para recoger a su hijo al "cole", al doblar una esquina tropezó con alguien y se le cayó el bolso y todo su contenido se desparramó por el suelo. Se agachó para recogerlo mientras se disculpaba sin prestar atención a la otra otra persona, hasta que, cuando estaba agachada, escuchó una maravillosa y suave voz que le decía:

- Perdone señora, ha sido culpa mía.

Alzó la vista y allí estaba, se quedó paralizada, en la misma postura que estaba, incapaz de moverse, sólo mirando aquellos ojos negros que también la miraban.

Él la ayudó a levantarse y la invitó a un café. Hablaron de muchas cosas, pero ella se enteró de muy poco, estaba sólo mirando y escuchando a aquel hombre, un poco más joven que ella y que le había cautivado, su voz, su mirada, todo era perfecto.

Ahora, cada mañana cuando sonaba el despertador, María saltaba de la cama, se arreglaba con esmero y tenía una ilusión, aunque sólo fuera verlo y escuchar su voz diciéndole; ¡hola!, y poder contemplar sus maravillosos ojos negros.

Carmen Gíl Marín

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1 comentarios:

On 2 de noviembre de 2009, 13:51 , Anónimo dijo...

De ilusiones se vive....y d letras cargadas d pasion....Sisi.