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Es la hora de la siesta, la hora del sopor y del silencio, sólo interrumpido por el ruido de alguna mosca pejiguera y machacona... Mientras los mayores dormían (había que hacer un paréntesis obligado por el intenso calor). La casa estaba oscura, las persianas parecían echadas, y había además una cortina de tiras de plástico que se movía constantemente, y proyectaba en la pared una especie de círculos o rectángulos de luz que resultaban muy divertidos para los niños, ponían en sus caras sombras y luces; daban un efecto dimensional, intentaban atraparlo aplastando la mano sobre la pared y les provocaba risas interminables.
José Luis Marmolejo Escandor
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